RESEÑA | Historias del Sarare

Víctor de Currea-Lugo | 7 diciembre de 2016

Las Historias del Sarare abren una caja de Pandora de la que emergen comunidades, historias de petróleo, huellas de la guerra, procesos migratorios. La región de Sarare, como todo el departamento de Arauca, ha sufrido de una mala reputación, por demás injusta. Es cierto que aquí hay violencia y hay dolor, pero también hay alegría y flores; hay entierros y despedidas, pero también hay bienvenidas y fiestas.

Sarare es más que un territorio, es un sentimiento. El Sarare como noción no está limitado a Arauca, hay otros municipios de departamentos vecinos, pero en este caso, nos limitamos a explorar el Sarare araucano, sin desconocer que su dinámica geográfica, política y social no se detiene en las fronteras interdepartamentales. Incluso, para algunos, Arauquita no haría geográficamente parte del Sarare, pero su proceso de colonización y su identidad regional le hermana con los municipios de Saravena, Fortul y Tame.

Historias del Sarare

Estos municipios constituyen un universo propio, una identidad que está bañada por los ríos y por el petróleo. Una región donde conviven la frustración y la esperanza. Desde la llegada de los colonizadores hasta el día de hoy, hay miles de historias por ser contadas.

Durante varias jornadas, a lo largo de muchos meses y grabadora en mano, hablamos con gente de Arauca para dar origen al libro Historias del Sarare. Este trabajo recoge testimonios y entrevistas a gente del común, de organizaciones locales, donde ellos mismos se reconocen como motor de la historia.

Historias del Sarare: Testimonios

“Cuando yo comencé a lavar, no utilizaba cloro. Se usaba caña agria o la hoja del papayo, se restregaba y quedaba blanquito. El cepillo no era de pasta, era una tusa de maíz, uno la quemaba y la labraba, y con eso se restregaba y no faltaba quemar la maceta para golpear la ropa y la batea de palo”.

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En el paro de 1982 pasaron cosas terribles, porque hasta Saravena enviaron unidades de la séptima brigada de Villavicencio a atropellarnos, los lanzaron en paracaídas y algunos quedaron enredados en los árboles, y fuimos nosotros mismos los que los ayudamos a bajar y los entregamos sin hacerles nada, mientras que ellos si arremetieron duro contra la gente.

Recuerdo a una profesora que casi le arrancan un pecho con un golpe del fusil; y en el puente de la Pava lo que más nos enardeció fue que algunos soldados le metieron candela a la bandera de Colombia porque la teníamos nosotros, ahí hubo un forcejeo bastante grande, recuerdo que uno de los campesinos se agarró con un militar y se fueron los dos para abajo del puente y ahí llevó la peor parte el militar porque lo recogieron inconsciente.

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Y en esa época era muy duro porque a veces podían llegar a su casa, si era conservador llegaban los liberales y acababan con todo el mundo y del otro lado la misma cosa; por lo menos por ahí le pasó a un vecino, le llegó el Ejército y la Policía y acabaron con todos; a los más chiquititos les quitaban la cabeza y a las mamás les quitaban los senos y se los metían en la boca, y los clavaban en un chuzo. Pero en ese tiempo la guerrilla era de puros indios, se puede decir, éramos indios.

Cuando Guadalupe negoció eso, yo ya estaba en Venezuela, allá duré cuatro años y medio. Cuando negoció trajo algo de paz, pero tampoco. Estaba negociando Rojas Pinilla, y Guadalupe fue y se presentó con cinco hombres allá e hicieron la paz y luego lo mandaron a buscar, hicieron la paz para matarlo; uno no puede creer en ese gobierno pero lo que pasa es que uno no dice nada.

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Estuve sentada ahí tranquila, al otro día cuando me iba a venir me llamó alguien y me dijo «¿usted no sabe con quién estuvo sentada tomando? con el ELN, habían dos cuidándola y el otro estaba tomando con usted». Yo no me la creí, pero recuerdo que el muchacho que se emborrachó me preguntó una vez «qué haría usted si llegara la guerrilla en este momento», le dije yo «pero qué iba a hacer si yo a la guerrilla no le debo nada, yo no temo, porque yo no les debo nada».

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Nos fuimos de Saravena porque yo le dije a mi mamá que ya era tiempo, por un hecho que sucedió; a nosotros los paramilitares nos querían exterminar, a toda la familia, por cosas de Dios no pasó, y al tipo que quería hacer eso, lo mataron unos días antes de nosotros venirnos. Nosotros perdonamos a esa gente por lo que le hizo a mi papá, y los perdonamos de todo corazón.

Tal vez eso es lo que tiene que hacer toda Colombia para lograr la paz que queremos. Perdonar de corazón es complicado, lo más difícil es tragarse las cosas, la injusticia. Estábamos pequeños, pero ver a mis hermanos pequeñitos criarse sin papá es muy duro, pero qué sacamos nosotros con tener más odio en nuestro corazón si eso solo da más violencia. No creo que esa sea ninguna solución y eso es lo que está pasando en Colombia, todo el mundo está pensando en venganza y sigue una cadena y esto no se termina nunca.

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Aquí el paramilitarismo no floreció porque en lo que fue piedemonte se había desarrollado un trabajo social muy intenso. Fuera de eso hay que reconocer que los grupos al margen de la ley como las FARC y el ELN en esta zona del piedemonte han tenido mucha influencia, entonces los paramilitares también la pensaron dos veces. Por eso se metieron a la zona de La Sabana, allá era más fácil para ellos masacrar a la gente y había menos presencia de los grupos al margen de la ley. Por aquí no, por la región de Arauquita, Saravena, Fortul y Tame, el que diga que no ha visto guerrilla es un mentiroso.

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Aquí en Saravena, me enviaban panfletos, me mandaban a amenazar, me llamaban por teléfono, que yo no era una persona grata en el municipio, estas personas me decían que tenía no sé cuántos días para irme, pero nosotros aquí tenemos nuestra familia y aquí defendemos nuestras personas, si nos vamos nos sacan por ahí en un cajón, pero no les vamos a dar el chance, pero eran constantemente las amenazas.

Dice un señor, un amigo mío, que se fue para Bucaramanga en esa época de ese acoso paramilitar y con el tiempo volvió, decía: “ustedes no son habitantes, son sobrevivientes”. Pero si no fuera por la protesta pública, hubiera paramilitarismo, y no es un secreto que el paramilitarismo estaba mezclado con mucha parte de la Fuerza Pública, eso lo hemos dicho en muchas partes.

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Yo me sueño esta región para mi familia como una región en paz, pero para que haya paz tiene que haber progreso. Tiene que haber educación, salud, servicios públicos, vías de comunicación, tiene que haber una explotación minera que piense en el país y que piense en su gente, que no destruya el medio ambiente. Pretender hacer explotación minera en la cordillera oriental es acabar con los ríos de Arauca y eso es miseria, eso sería poner a aguantar hambre a la gente de la región. Bien atendida esta región y con un gobierno interesado aquí viviría todo el mundo, aquí caben los ricos y los pobres porque hay para todos. Es maravillosa.

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En tiempo de subienda, mi papá sacaba paletón, tumame, bagre; grandísimos esos pescados, cerca de dos metros y medio. Se les daba a los vecinos y todos los de la vereda comíamos, y cuando los vecinos cazaban era lo mismo. No teníamos para qué comprar. Cuando se mataba una res se salaba y ya había carne para largo. Se iba terminando y mataban otra. El arroz se cultivaba, se pilaba, igual que el maíz también para hacer la arepa y todo se cosechaba, no había que comprar mayor cosa.

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Esos campesinos se vinieron con la poca plata que recibieron a cambio de la venta de su finca, algunos se vinieron y compraron una casita aquí en Saravena, otros se la parrandearon y terminaron pagando arriendo acá. En ese sentido, y por el rebusque, Saravena se convirtió en el centro de la venta de jugos, de avena y de papas rellenas. El dueño de finca, el pequeño campesino, el pequeño ganadero, terminó vendiendo chance, vendiendo jugos y empanadas en el parque sin el carro, sin la finca y pagando arriendo.

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Se dieron los paros del 86, en esos paros participé en Saravena y en Arauca. En el último paro que se hizo, yo me trasladaba en el 97 hacia Arauca, y la Policía nos bajó en el puente de la pesquera. Ahí nos bajaron y nos tuvieron desde por la mañana hasta las cinco de la tarde y nos hicieron ir a pie hasta Caño Verde; estando allá nos soltaron como para que anduviéramos de noche, para ellos dar testimonio de que éramos guerrilleros y andábamos caminando a esa hora.

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Fortul eran cinco casas y el aeropuerto, no era más cuando yo conocí; cuando eso ¿qué alimentación y qué carne íbamos a comprar por ahí? nosotros llevábamos tunjo, chicharrón y panela; cuando eso hacían unos polleros, una maletica pa’ tras y pa’ delante, y ahí llevábamos toda la alimentación pa’ nosotros.

Pero ahorita por lo menos el plátano es con pura química, el ganado es pura química, todo con química; antes nosotros no parecemos locos con tanta química; porque hasta la yuca hay que echarle varios abonos para que crezca ligero y pa’ que engruese. La cacería era abundante, quien compraba carne era por rareza, todo lo que era el arroz, el frijol, todo lo cultivaba uno ¿quién compraba un litro de aceite? Nadie, porque todos tenían, el que no tenía cuatro cochinos en un chiquero, no tenía nada.

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Si se quería arreglar un camino o una carretera se utilizaba mucho de eso que era los convites, se llamaban mingas o se llaman unas juntas comunitarias de obreros, asociados con las fincas. Entonces había 20 fincas y de cada finca venían y hacían un trabajo comunitario para limpiar el camino, hacer el puente, arreglarle la casa al vecino.

Había veces que tocaba ir a ayudar a cortar la madera, eso se cortaba con un serrucho, yo aprendí a cortar la madera a serrucho, no a motosierra, no había guadaña, no habían equipos para hacer el trabajo que se hace hoy en día.

Había una gran solidaridad en la gente, se luchó, se trabajó, se organizó, no gozábamos de agua, de luz, no había realmente nada, el estudiante tenía que pasarse la vela y nosotros lográbamos trabajar porque al estar ahí también ya fue naciendo el José Eustasio Rivera.

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En 2003 fue desaparecido forzadamente mi hermano Wilmer Fandiño por los paramilitares. Se lo llevaron y hasta el año pasado supe algo de lo que de pronto hicieron con él. ¿Qué hicieron? llevárselo y porque no dijo donde había bombas y armamento, porque él no sabía dónde había, lo torturaron clavándole alfileres en los dedos. Como no sabía qué decir lo amenazaron con armas de fuego señalándolo y presionándolo, hasta que al final lo cortaron con una motosierra por pedazos, lo echaron despedazado a un hueco en la vereda Los Placeres.

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«Yo me sueño esta región para mi familia como una región en paz, pero para que haya paz tiene que haber progreso, tiene que haber educación, salud, servicios públicos, vías de comunicación, tiene que haber una explotación minera que piense en el país y que piense en su gente, que no destruya el medio ambiente».

Historias del Sarare

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