Víctor de Currea-Lugo | 10 de julio de 2025
¿Hay algo más hipócrita que el siglo XIX? Claro que sí: el siglo XXI. Por eso la novela “Cuaderno de anotaciones de Mr. Hyde” de Víctor de Currea-Lugo es más que un mero cuento de crímenes en plena época victoriana; es el espejo más descarnado de nuestra propia condición, el retrato de un hombre que cree que puede dejar de ser hombre bajo el nombre de “Hyde” para así satisfacer sin remordimientos, sin máscaras, sus instintos más oscuros.
Como si el hombre nuevo, puro —ese que el nazismo, cierto feminismo, algunos comunistas, los radicales islamistas, el fascismo y el nazismo demandan— estuviese a la vuelta de la esquina. Como si el hombre sin un lado oculto, sin secreto alguno, existiese. El problema es que esos ismos construyen una lista de pecados y de delitos, desde su mezquina perspectiva, que hace fácil la persecución del disidente.
Me divierto desnudando el alma de aquel que cree que el poder de las apariencias puede exorcizar el mal que lleva adentro. La moral de aquel siglo, tan engañosa como la de hoy, se escandaliza frente a lo que hace el señor Hyde, mientras tolera sin chistar que el marido golpee a la esposa, que el Lord fornique con trabajadoras sexuales o que el pobre muera de cólera junto a las ratas en el barrio más mugriento de Londres. Lo malo se hace relativo y, ante todo, conveniente.
La sociedad fija así el escándalo en el lugar más provechoso: el asesino, el pervertido, el hombre sin nombre. Pero el resto —el que se cree impoluto— duerme tranquilo en sus camas de dosel, sin que el alma se le perturbe. Ese mecanismo sigue vivo en el siglo XXI: cancelar a alguien, sin dejar de ejercer las mismas perversiones que se muestran como escándalo.
Lo que revela este Hyde es que el hombre nuevo que tanto soñamos simplemente NO existe. Que el hombre sigue preso de sus pasiones, de sus sueños de venganza, de sus placeres inconfesados, de sus odios más arraigados. Y ese es el gran error de los ismos: pedirles pureza a los humanos, empujándolos a crear su propio Hyde.
Lo que se agrava cuando se pide al ser humano ser ideal y, por tanto, negar cualquier manifestación de su propia naturaleza. La inquisición existe, salvo, por supuesto, para los amigos de los inquisidores.
Por eso, la novela acuñada a Hyde se vuelve una última burla hacia el moralista, el censor, el que cree que el poder de una ley, de un artículo editorial o de un escándalo televisivo puede expiar el alma colectiva. A Hyde, el hombre sin máscara, eso simplemente le importa un carajo.
Los Hyde del siglo XXI
Podemos ir más lejos que Stevenson: el hombre que mata, que odia, que golpea, que atraviesa el acero de un cuchillo en el abdomen de alguien, no es ajeno o fruto de un alma deforme, sino el hombre más real de todos: aquel que cree que puede dejar de ser hombre si se pone un nombre nuevo, si elige el lugar de sus fechorías o si se escuda en el silencio de una sociedad que vende una moral de apariencias.
Llamar monstruo a Hitler, Netanyahu Pol Pot, no resuelve el problema; más bien reconozcamos el punto de partida real: son humanos. Pero eso es difícil en un mundo donde la ciencia y la verdad está estrangulada por las narrativas y las percepciones, por la posmodernidad y la cultura woke. Tomas de Torquemada, Joseph McCarthy y Maximilien Robespierre están vivos y rebosantes de buena salud, gracias a sus seguidores.
Como el puritano que va el domingo a la iglesia, pero el día siguiente contrata a una prostituta en el barrio más bajo de Londres —o de cualquier ciudad de hoy—. Este Hyde revela que el siglo XIX fue tan hipócrita como el siglo XXI; que el poder corrompe tanto como atrae, que el crimen puede surgir de una decepción amorosa, de un desengaño, de aquel que se cree más que el resto, de aquel que se cree elegido para administrar el bien y el mal, el perdón y el castigo.
La cancelación que hoy practicamos como un exorcismo colectivo tiene, así, sus raíces más profundas en aquel siglo que tantos creen muerto, pero que sigue vivo en cada acto de censura, de odio y de violencia. Algunas personas que se dicen herederas de las brujas quemadas son, más exactamente, herederas de los inquisidores.
Trato, sin caer en el panfleto, sin dejar de escarbar en el alma colectiva, de dejar en evidencia que el hombre sigue sin dejar de ser el hombre que fue. Por eso, el triunfo de Hyde, el triunfo de aquel que deja caer la máscara, el triunfo de aquel que revela que detrás de toda aparente pureza se esconde el lobo, el cocodrilo, el hombre sin nombre. Ese que todos somos.
Así pues, “Cuaderno de anotaciones de Mr. Hyde” es el espejo más contundente de nuestra condición: aquel que nos revela que el hombre sin mancha es un cuento para niños, que el mal habita en el alma de cada uno de nosotros.
El siglo XIX sigue vivo en el siglo XXI: bajo el nombre de Hyde, bajo el nombre de muchos que creen que el poder, el moralismo y el escándalo son suficiente para enterrar lo que ellos mismos llevan muy adentro. Fin del comunicado.
PD1: es entendible que el sionismo, en su superioridad moral, se erija como quintaesencia de la persecución moral. Fue su líder criollo el que echó a rodar las calumnias en mi contra.
PD2: Aclaro que los nombres de los personajes de mi novela no guardan relación alguna con homónimos actuales. Total, los miserables también tienen derecho a un “buen nombre”.
PD3: La novela se puede comprar en el siguiente link de Ícono Editorial: Cuaderno de anotaciones de Mr. Hyde