Víctor de Currea-Lugo | 30 de jul de 2015
A comienzos de mayo de 2011 fue asesinado Osama Bin Laden, mientras yo estaba de paso por los campamentos de refugiados palestinos en Aman, Jordania. Varios medios me llamaron para saber sobre el posible efecto de aquella muerte en Oriente Medio y la verdad no tenía nada qué decir, no hubo impacto.
Esa noche hubo carros con banderas en algunas plazas, pero por el resultado de un partido de fútbol, creo que entre el Barcelona y el Real Madrid.
Ahora se reporta la muerte del Mullah Omar, luchador contra los soviéticos cuando éstos ocuparon Afganistán entre 1978 y 1989, líder de una de las tantas milicias que se peleó por el poder local en los años siguientes, creador de un grupo llamado los talibán (estudiantes) en 1994, dirigente de una guerra rápida y eficaz para someter a otros señores de la guerra y hacerse con el poder en 1996, amigo y protector de Osama Bin Laden y jefe del gobierno afgano entre 1996 y 2001.
Hay pocos datos de su vida personal. Se sabe que era oriundo de Kandahar, que perdió un ojo en un ataque militar, que habría ordenado la famosa destrucción de estatuas de Buda, y que ganó popularidad gracias a su promesa de establecer el orden a la fuerza en un Afganistán que había perdido su importancia por el fin de la Guerra Fría.
Igual que con la muerte de Bin Laden, hubo un deseo de presentar esto como un golpe muy importante a los grupos radicales y/o el fin de Al-Qaeda, en este caso el fin de los talibán. Lo cierto es que todos estos grupos han mostrado una impresionante capacidad de recambio. A pesar del férreo liderazgo ejercido por Bin Laden y por el Mullah Omar en sus organizaciones, la fe en la causa hace que surjan nuevos jefes, incluso mejorando a los antecesores, como es el caso de Abu Bakr Al-Baghdadi, líder del Estado Islámico.
Los liderazgos en las milicias islamistas son conscientemente perecederos y su muerte no significa el fin de su organización: primero, porque en toda la tradición musulmana (que va mucho más allá de los grupos radicales) solo se adora a Dios, ni siquiera al profeta Mohamed y, dos, porque en el imaginario colectivo, la muerte no tiene la connotación de derrota sino de martirio. De hecho, en Siria me explicaban algunos radicales que rechazaban el uso de la palabra ‘muerto’ optando por usar la de ‘mártir’.
Murió el Mullah Omar, pero el control de parte del territorio afgano en manos de los talibán sigue.