Malí: una guerra con aire colonial

Malí
Fotografía: Miembros del MNLA en 2012. Tomada de Wikipedia. 

Víctor de Currea-Lugo | 10 febrero 2013

Perspectiva esclarecedora sobre la guerra en Malí, que estaba anunciada desde la misma creación del país: un Estado que nace excluyendo de manera sistemática a una parte de su población, no tendría un futuro prometedor.

Descolonización mal concebida

Durante los años cincuenta, el África francesa — sub–región a la cual pertenece Mali — se levantó contra su colonizador, reclamando autonomía política.  Inicialmente, estuvo sobre la mesa la propuesta de crear dos federaciones: la del África francesa occidental y la del África francesa ecuatorial.

Francia se opuso porque la creación de pequeñas naciones era más funcional al deseo de control francés, como lo denunció el líder senegalés Léopold Sédar Senghor.  Francesa aComunidad Franco-Africana, sin que nada más se modificara en la práctica. En 1958, De Gaulle llamó a un referendo para que los africanos decidieran si continuaban ligados a Francia o si se independizaban, perdiendo su apoyo económico de la metrópoli.

Ahmed Sékou Touré, líder guineano, contestó “preferimos ser pobres en libertad que ricos en esclavitud”. Como los guineanos votaron por el ‘no’, Francia retiró hasta los médicos del territorio de ese país, haciendo que dicha nación corriera a brazos soviéticos, tal como sería el caso de Malí.

Senghor, líder Senegalés, propuso crear una unidad política con Mali, contribuyendo a general una dinámica regional, que llevó a la declaración de independencia de toda el África francesa.

Pero los nuevos países eran inviables económicamente, frágiles militarmente e inexpertos políticamente. Al no lograr constituir una federación, sus divisiones impidieron toda cooperación entre los nuevos Estados, que optaron por competir entre ellos.

Estados artificiales

Francia intervino entonces con un modelo neocolonial: dar las ayudas económicas del caso y desplegar tropas en las capitales para garantizar el apoyo de las élites y mantener el control del país. Los intentos de crear industria fracasaron. La política agrícola, en tierras altamente áridas no contribuyó al desarrollo. Las élites políticas basaron su poder en pocas instituciones, siendo una de ellas el ejército. Así, entre el clientelismo político aprendido del colonizador y la forma antidemocrática de gobernar desde los cuarteles, se fue consolidando el África actual. En el caso de Mali hay dos hitos: el golpe militar de 1968 y el establecimiento de un partido único en 1974.

Las élites heredaron sin crítica alguna, la misión de crear Estados–naciones: inventarse una identidad nacional que entró en choque con las realidades culturales y étnicas del respectivo país. Esto alimentó una constante regional: el divorcio entre el gobierno y la sociedad, más intenso cuanto más alejada del centro político (es decir, de la ciudad capital) se hallara la región. Este fue el caso de la población del norte de Mali, entre los que destacan grupos étnicos como los Fulani, los Songhay, algunos árabes y los tuareg.

La bandera de lo nacional — que fue funcional a la lucha contra el colonialismo —  no servía para avanzar en la consolidación de los nuevos países. La demarcación arbitraria de las fronteras creó un nuevo escenario de minorías y de exclusiones que son una base importante de muchos de los conflictos de hoy. Por ejemplo: los tuareg quedaron repartidos entre Argelia, Libia, Níger y Malí.

Si bien las etnias ya existían desde mucho antes de la colonización, la organización política actual confronta las lógicas territoriales y de poder de las comunidades, sin que ofrezcan alternativas a los problemas reales, dejando entonces la cuestión de lo étnico, entre otras cosas, como la última trinchera.

La cuestión tuareg

Desde antes de la creación de Malí, en 1960, los tuareg habían expresado su aspiración de ser reconocidos como una nación. Pero la lógica imperial francesa llevó a que el trazado de las fronteras obedeciera más a una lógica colonial que al reconocimiento de la población local.

Los múltiples levantamientos de los tuareg fueron aplastados por la fuerza o embolatados en negociaciones traicionadas, con lo cual la guerra estaba anunciada. Allí el poder ha estado monopolizado por el principal grupo étnico negro: los bambara.

La unificación de la lucha contra el poder central de Malí — localizado en Bamako, la capital — se ha materializado bajo la bandera del Movimiento Nacional para la Liberación de Azawad (MNLA), creado en octubre de 2011.

La experiencia militar permitió a los tuareg controlar la parte norte del país, ocupando en los meses siguientes regiones del norte y sus principales ciudades: Kidal, Gao y Tombuctú, declarando su independencia en abril de 2012.

Poco antes, la respuesta de las élites había sido  un golpe militar en marzo de 2012, declarar la guerra y pedir la ayuda militar a Francia. El golpe  — liderado por el capitán Amadou Sanogo — se justificó por la creciente corrupción estatal y por el aparentedébil manejo que el gobierno civil había dado a la crisis política con los tuareg. La decisión de la ONU de intervenir militarmente fue impulsada por Francia, en octubre de 2012, que fuera uno de los responsables de la situación de los tuareg.

Tercer actor en discordia

Sin la marginación histórica de las minorías y sin el vacío del poder creado por la crisis de 2012, no se hubiera consolidado, el tercer actor armado en el conflicto: los grupos armados del radicalismo islámico.

Efectivamente, a finales de los años noventa, en la zona fronteriza entre Argelia y Malí, desértica y poco poblada, fácilmente creció un núcleo de islamistas defensores de la aplicación radical de la ley islámica (la sharía), que terminó por identificarse con Al-Qaeda, compuesto por organizaciones como Ansar Al Dine, el Movimiento por la Unicidad de la Jihad en África del Oeste (Mujao) y Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI).

Tras convertirse al islamismo radical, Iyad ag Ghali, antiguo jefe rebelde, formó su propio grupo Ansar Al Dine — o Defensores de la Fe — interesado, ya no  en la independencia, sino en imponer la ley islámica. El MNLA y Ansar Al Dine se unieron en el Norte  en mayo de 2012, pero un mes más tarde Ansar Al Dine desplazó al MNLA de Gao y los dos grupos se enfrentaron militarmente.

Según Amnistía Internacional, se han producido ataques contra la población civil de los islamistas radicales, que incluyen amputaciones, violencia sexual, reclutamiento de niños y ejecuciones extrajudiciales. Así mismo se han registrado detenciones de mujeres que se comportan de manera indebida de acuerdo con la sharía, según los islamistas.

Alborotando el avispero

En diciembre pasado, el presidente Hollande calificó el sistema colonial francés en Argelia como “profundamente injusto y brutal”. En la vecina Argelia, no pidió perdón, sino que anunció inversiones financieras y sostuvo que “la economía debe ser el centro de nuestra relación” anunciando la apertura de una planta de Renault en Orán.

El 10 de enero de 2013 se produjo el despliegue militar francés en Malí, que logró acorralar temporalmente a los grupos armados. Pero sin una solución de fondo, estos podrían resurgir, como lo hicieron los talibán en el período 2001–2004.

La agenda francesa está concebida en clave imperial, tanto para proteger sus intereses regionales — Malí comparte frontera con Níger y con Argelia — como las minas locales de uranio y oro, éste último representa más del 80 por ciento de las exportaciones.

La mayoría del socialismo francés, de la llamada izquierda, aplaudió la intervención en Mali. Pero hay voces disidentes, por ejemplo, Jean-Luc Mélenchon, líder del Frente de Izquierda francés afirmó que «estamos allí porque no podemos permitirnos que el conflicto se extienda a los otros países de la región y que por lo tanto se ponga en peligro la extracción de uranio, de la que dependen las centrales francesas. Es necesario decirlo».

Otro factor que aumenta la complejidad del problema es el creciente mercado de armas provenientes de la guerra de Libia, a lo que se suma el uso del territorio maliense para el paso de drogas ilegales que llegan hasta la costa occidental de África y suben hacia el mercado europeo.

No menos relevante es la política extranjera de compra de tierras en África, tanto para producir biocombustibles, como para reducir los riesgos de seguridad alimentaria. Según OXFAM. “Malí, uno de los países regados por el río Níger, vendió o alquiló unos 2.400 kilómetros cuadrados de tierra a extranjeros, tan solo en 2010”.

Para completar, desde marzo de 2012 se ha denunciado cómo las condiciones climáticas podrían contribuir a una hambruna en la región del Sahel: “la combinación letal de la sequía, los altos precios de los alimentos, la pobreza arraigada y los conflictos regionales dan origen a la crisis”. Si sumamos la guerra actual, tenemos el resultado usual: una creciente inseguridad alimentaria.

No aprenden

Así las cosas, la comunidad internacional comete varios errores: buscar una solución militar para un problema estructural; desconocer las causas reales del conflicto; fusionar a todos los grupos armados bajo el nombre genérico de “radicalismo islámico”, y el peor de todos, analizar todo lo sucedido desde la lógica de la guerra contra el terror.

Las élites locales han cometido sus propios errores: impulsar primero la construcción de un Estado centralista de Malí, antes que atender las realidades locales; reprimir los reclamos de las minorías excluidas, en vez de aplicar políticas y programas incluyentes, y resolver los levantamientos de los tuareg por la vía militar o mediante acuerdos sistemáticamente traicionados. Por eso, la intervención militar francesa no resolverá el problema: solo ayudará a barrer por debajo de la alfombra.

Publicado originalmente en Razón Pública: https://razonpublica.com/index.php/internacional-temas-32/3550-mali-una-guerra-con-aire-colonial.html