Víctor de Currea-Lugo | 14 de mayo de 2018
Nada justifica el secuestro masivo de cientos de muchachas, ni mucho menos la violencia sexual en su contra o su venta como esclavas. Pero es necesario entender el cultivo que hizo posible la aparición de Boko Haram.
En 1995, al nororiente de Nigeria, en la región de Borno, un grupo de musulmanes decidió seguir las orientaciones del imán Mohamed Yusuf. La mayoría eran pescadores pobres del cercano y cada vez más seco lago de Chad. Yusuf ofreció cosas que el Estado no proveía, lo que le permitió ganar el respeto y sumar adeptos. La desigualdad es evidente entre el sur y el norte, entre las ciudades y las áreas rurales. Por ejemplo, en Lagos, el alfabetismo es del 92%, mientras que en Borno no llega ni al 15%.
La organización, nada violenta en sus inicios, fue atacada y cientos de musulmanes fueron asesinados por unas fuerzas armadas corruptas y despiadadas. La segunda generación de seguidores ya no miró el modelo de sus antecesores sino el de Afganistán, donde los talibanes ya habían tomado el poder. Otros grupos radicales islamistas de Argelia eran también fuente de inspiración. Boko Haram fue uno de los tantos grupos inspirados en el modelo afgano, pero el único que sobrevivió.
En 2002, con las noticias frescas del ataque a las Torres Gemelas, el giro de Boko Haram fue absoluto y la respuesta estatal la esperada: se redujo a lo militar, sin ninguna política social; el mismo error de los gobiernos títeres de EE.UU. en Afganistán y en Irak.
El cambio de métodos, de la organización social a la acción armada, fue motivo de más represión militar, ya no sólo contra los miembros del grupo sino contra la población de la región. Por causa de dichas medidas aumentaron el precio de los alimentos, las enfermedades y el desempleo. Esto dio nuevos aires de descontento, aprovechados por el grupo para ganar legitimidad.
Si bien se habla de 4.000 muertos por parte de Boko Haram en los últimos diez años, del otro lado se menciona que miles de musulmanes fueron brutalmente asesinados por el Gobierno. En 2009, Yusuf murió en una acción militar y después fue reemplazado por Abubakar Shekau. Un año después empezó una nueva ola que se ha mantenido por cuatro años, alimentada por la represión y la desigualdad contra los habitantes de Borno. Pero esa violencia estatal no ha dado los resultados esperados.
La noción de guerra desatada por Boko Haram tiene elementos dogmáticos contra lo que represente a Occidente, como iglesias y escuelas. Aunque la pobreza atiza la guerra, no es la lucha por justicia social lo que mueve al grupo sino la aplicación de la ley islámica y de la manera radical como la entienden.
La nueva versión del grupo dista mucho de la que congregó a creyentes a mediados de los años noventa. A pesar de tener bases militares en Níger y Camerún, su discurso es más local que internacional, aunque algunos autores buscan vincularlo con Al Qaeda del Magreb Islámico, lo que es funcional a la lógica de la “guerra contra el terror”. Otros estudiosos afirman que Boko Haram recibiría apoyo de poderosos líderes del orden nacional.
Decir que era mejor haber tolerado un grupo religioso no violento de los años noventa y así haber evitado la aparición de Boko Haram en su versión actual es llorar sobre la leche derramada, pero no por eso menos cierto. La destrucción de la Unión de Cortes Islámicas en Somalia dio paso a un grupo pro Al Qaeda hoy activo: Al Shabbab (que podría haber dado formación militar a hombres de Boko Haram).
Repito, nada justifica los crímenes contra las jóvenes de Nigeria, pero estudiar el contexto nos puede servir para recordar el famoso refrán: siembra vientos y recogerás tempestades.