Participación: contra el método

Víctor de Currea-Lugo ebrero de 2017
Los métodos, finalmente, son como las muletas: sirven para apoyarse y caminar, máxime cuando uno tiene fracturas internas. Pero la trampa está cuando la muleta empieza a reemplazar las piernas y ese adminículo, que atrapa nuestras piernas no nos deja caminar libremente ni mucho menos volar.
El debate de la mesa Gobierno-ELN ha girado en los últimos meses sobre la metodología de la participación. “Deben ser foros”, sentencian algunos; “lo mejor es hacer cabildos”, pronostican otros. Pero más allá del cómo, hay por lo menos tres amenazas que se ciernen sobre la participación: el verticalismo, la homogeneidad y el centralismo.
El verticalismo se expresa en la práctica de que unas personas iluminadas, así sea con la mejor de las voluntades, establece el método. Tratando de echar mano de las argucias de la imaginación, caen en el tedio de lo ya explorado. Una metodología no es buena porque la digan algunos desde una posición de poder, es buena porque funciona.
La amenaza de la homogeneidad refleja, paradójicamente, buena parte de los miedos a la participación. Entonces, para evitar que se desboque aquello que, en puridad, debería desbocarse (es decir, la participación), se estable un corsé en el que deben encajar todos los cuerpos. Este afán de homogeneizar niega el “sancocho nacional” que es este país. El afán de hasta querer darle un mismo nombre a los espacios de participación me recuerda, sin ninguna nostalgia, los soviets.
 

El centralismo vuela como un buitre hambriento
sobre los intentos de democracia.
Desde la capital se le quiere decir a las regiones cómo, dónde y cuándo.

 

Y el centralismo, ese pecado de nuestra cultura política, vuela como un buitre hambriento sobre los intentos de democracia. Desde la capital se le quiere decir a las regiones cómo, dónde y cuándo.  Las excusas de la distancia (que hoy son superables con el uso de la tecnología) y la prisa por imponer desde el centro, han contribuido a crear unas regiones que esperan “la orientación” de la capital, una orientación que a veces desconoce las realidades locales.

Y esas tres trampas (y ciertas prácticas) son, parcialmente, responsables de que las convocatorias a la participación sean a veces tan famélicas. Como decía un dirigente del sur del Tolima: la gente está cansada de talleres y quiere cosas más prácticas. A lo que yo agregaría: o cosas más propias.

Por eso hoy, a riesgo de parecer incoherente, creo que debemos renunciar a ese peligroso culto a no movernos hasta tener el método. Lo mejor sería: “participar haciendo”. Como diría aquel líder de izquierda que algunos citan: hay que “permitir que cien flores florezcan y que cien escuelas de pensamiento compitan”.

Necesitamos sobre la mesa ideas de participación que sean flexibles y no códigos de policía; necesitamos muchos modelos, tanto como la sociedad necesite. Si realmente creemos en la democracia debemos arriesgarnos en que en ella hasta el modelo de participación sea decidido por la gente. No se trata del mejor modelo, académicamente hablando, sino el que la gente decida, así sea chueco y patizambo.

No hay que crear nuevas organizaciones. Por ejemplo, en Remedios (Antioquia) me decían que todas las expresiones sociales confluían en el Comité Territorial de Paz y Acompañamiento Humanitario; ese Comité debe ser el espacio de exigencia de implementación de lo acordado con las Farc de participación para la Mesa con el ELN.

Tal vez por experiencia o tal vez por paranoia, a muchos nos preocupa cuando los puentes para la participación se convierten en filtros. Hay que priorizar (no en la teoría sino en la práctica) dos debates: quién hace la relatoría y cómo llegan a la Mesa de Quito, de manera eficaz, las propuestas de la sociedad.

A veces tengo la sensación que en la participación en la mesa Gobierno-ELN, los sectores sociales terminen por ganar en el cómo, es decir en la metodología, y perder en el qué: en la agenda de cambios y en la que deberíamos avanzar así como somos, chuecos y patizambos, entendiendo que la participación necesita puentes y no abismos. La vacuna contra la trampa del método son: los métodos.

Publicado originalmente en Las 2 Orillas