La resistencia europea, pensando en Gaza

Víctor de Currea-Lugo | 22 de septiembre de 2024

La noción de resistencia, la consigna en francés “vive la résistance”, la palabra en árabe “mukawama” tienen todas una evocación a sacrificio, permanencia y esperanza. Así luchó la resistencia europea frente al fascismo; y esa lucha, que fue clandestina y desigual, tiene mucho en común con la resistencia en Gaza, Palestina.

La resistencia europea creció en el contexto del dolor de la Primera Guerra Mundial, un gran triunfo mediático del nazismo, la derrota de los ejércitos estatales, el fracaso de los intentos de paz, la brutal violencia de los ocupantes y la imperiosa necesidad de “hacer algo” ante el avance del fascismo.

No estuvo limitada a la lucha armada directa; otras tareas fueron igualmente esenciales. Los partisanos hicieron de todo un poco: desde periódicos clandestinos hasta actos de sabotaje, pasando por evacuación de heridos, apoyo a desertores, redes de comunicación y espionaje. A muchos resistentes hoy los llamarían «terroristas«.

Muchos grupos nacieron de manera espontánea; no fueron parte de una conspiración estadounidense ni soviética; fueron una realidad política y social de los pueblos ocupados. Algunos de estos grupos tenían más organización y recursos que otros, pero no por ello eran menos comprometidos en la causa.

Una de las razones por la que dichos grupos permanecieron es que se movían entre sus sociedades. No eran grupos alejados de sus propias comunidades, sino que eran los vecinos, los hermanos y amigos los que tomaban las armas.

Esa acción resistente ha sido subvalorada por muchos. Se pretende desconocer que en muchos casos armarse no era una opción, sino el único camino, por ejemplo, el de los judíos del gueto de Varsovia: o luchar o morir; no había nada más por decidir.

Sin que el mundo tuviera los niveles de globalización de hoy, era claro que el enemigo nazi no era un problema únicamente “nacional” y, por tanto, la resistencia en su contra no podría circunscribirse al mapa de los Estados. Por eso, Reino Unido tuvo campos de entrenamiento para combatientes de la resistencia; por eso varios resistentes rumanos pelearon en Yugoslavia.

Tanto Reino Unido como la Unión Soviética apoyaron, a su manera, las resistencias; pero no dejaron de pensar en lo que les significaba para sus propias agendas. Lo mismo hizo Estados Unidos, que calculó cada ayuda, envuelto en un discurso de ver la resistencia como algo más bien secundario, negando la importancia que realmente tuvo.

La multiplicidad de la resistencia

El fascismo italiano se erigió antes del nazismo alemán, por eso también fue en Italia donde se dio el primer embrión de resistencia. Los métodos, niveles de radicalidad y objetivos cambiaban según la misma composición de los resistentes.

Hubo allí una resistencia que pensaba simplemente en volver al pasado prefascista, mientras otros pensaban en el día después. Entre los que pensaban en el futuro igualmente había diferencias: había liberales defensores del capitalismo hasta organizaciones comunistas muy organizadas, pasando por religiosos, monárquicos y moderados.

Y en medio de todos estos grupos, había fragmentos de la sociedad que respaldaban a Hitler, tibios, pacifistas y oportunistas que esperaban saber qué lado se alzaría con el triunfo, para entonces acomodarse al momento político y marchar con los vencedores.

Muchos pensaban que era torpe dividirse por un futuro incierto, cuando el presente de la guerra tocaba a la puerta. ¿Sirve de algo planear qué tipo de posguerra queremos cuando no sabemos si quiera quién ganará la guerra?

La resistencia arrastró muchos sectores sociales que participaron en acciones como la huelga, el bloqueo de vías, el espionaje de comunicaciones, la atención de heridos. Sin embargo, parte de la “narrativa” se basaba en acusar a los resistentes de ser comunistas (o de no serlo), de acuerdo al tipo de discurso que se quería levantar en su contra.

Algunos que no estuvieron en la resistencia (o que se sumaron a última hora) se presentaron después como guerreros desde el primer día; pero eso es un lugar común: muchos chilenos exilados por el golpe de Estado de 1973 dicen haber estado “prisioneros en el estadio de Santiago”.

La más solitaria y heroica resistencia fue la alemana, porque luchaba contra su propio Estado, porque la sociedad alemana había apoyado de manera abrumadora el proyecto nazi, porque generaban desconfianza en las otras redes de resistencia no alemana y, además, porque se les podía confundir con los que odiaban a Hitler no por asesino, sino por ineficiente en la guerra.

Hubo intentos de asesinar a Hitler, y no todos se dieron por la misma razón: había quienes querían matarlo para detener la guerra, otros lo intentaron para salvar a Alemania. Estar de acuerdo en la acción no significa compartir la motivación que había detrás.

Hubo países, como Rumania, en los que las diferentes organizaciones de la resistencia se fusionaron en una sola: el Frente Único Antihitleriano; lo mismo hicieron los búlgaros al crear el Frente de la Patria y el Ejército de Liberación Popular.

En Checoeslovaquia, las universidades jugaron un papel importante en la resistencia, por eso los nazis deportaron a más de un millar de estudiantes y cerraron de manera definitiva las universidades.

En mayo de 1942, se vivió parte de la brutal represión nazi: fueron tomados los pueblos de Lidice y Lezaky, sus hombres fueron fusilados y los que sobrevivieron fueron enviados junto con las mujeres a los campos de concentración.

Pero, tal vez la mayor represión la vivió Polonia. En el gueto judío de Varsovia, 400.000 personas fueron arrinconadas en tan solo 27.000 viviendas. Semana a semana su población se iba diezmando camino a los campos de exterminio. Finalmente, durante cuatro semanas, los sobrevivientes lucharon con sus propias manos hasta morir.

¿Hicieron aquellos judíos un “análisis racional” de las posibilidades de triunfar? ¿Podemos decirles que lanzarse a la lucha era suicida solo porque nos leímos unos libros de historia? No.

Vale decir que Jospeh Stalin fue oportunista y detuvo sus tropas en el margen oriental del río Vistula, mientras las tropas nazis destrozaban Varsovia. Lo mismo hizo la Unión Soviética cuando dudó en apoyar a las tropas de la República Española.

En Yugoslavia, al comienzo, hubo dos expresiones militares de resistencia que se enfrentaron entre ellas: los chetniks, leales a la realeza; y las tropas de Joseph Broz (Tito). A los primeros es difícil llamarlos resistencia, ya que con el paso del tiempo colaboraron tanto con los italianos como con los alemanes. También existieron los Ustacha, un grupo nacionalista y supremacista de Croacia que se identificaba con el nazismo.

Es decir, en Yugoslavia, se vivieron: disputas dentro de la resistencia, una resistencia que planteó el regreso al pasado (chetniks), una resistencia que planteó un futuro socialista, aunque no sometido a Moscú (dirigida por Tito) y grupos paramilitares colaboracionistas del ocupante (Ustacha). Y fue allí, en Yugoslavia y parcialmente en Albania, donde el fascismo no fue derrotado por un ejército estatal, sino por la resistencia.

Tito, como muchas de las organizaciones antinazis de Europa, recibió miles de ayudas de Londres, pero eso no lo convierte en “agente británico”, como se lee de manera perversa la acción de muchos grupos armados en épocas de exterminio.

La resistencia enfrentó a traidores y a colaboradores de los nazis, con el dolor de ver que, cual Judas, hubo gente dispuesta a colaborar con el enemigo. Eso lo saben muy bien los palestinos desde hace décadas.

La resistencia francesa luchaba no solo contra Hitler, sino también contra el gobierno colaboracionista de Vichy, que incluso organizó la formación de grupos paramilitares que lucharon contra la resistencia.

La BBC fue uno de los principales canales masivos a favor de la resistencia; sirvió, entre otras cosas, de vehículo para enviar mensajes en clave a los grupos europeos. Hoy, frente al genocidio palestino, los grandes medios se han puesto más del lado del ocupante que del ocupado.

La historia no es justa, lo sabemos. La lucha solitaria de ese resistente desconocido que murió sin que nadie hoy lo recuerde sigue sin escribirse. Como dice Henri Bernard, “falta documentación, porque el abecé de la acción clandestina consiste en no escribir”.

Volvamos a Gaza

La resistencia palestina tiene hoy más legitimidad en la sociedad palestina que la que pudo tener la resistencia francesa o alemana en su propio territorio. Y esa legitimidad no se ve solo en el apoyo, sino en su crecimiento. Me decía un comandante de Hamas que cientos (por no decir miles) de palestinos pidieron incorporarse a los diferentes grupos de resistencia después del 7 de octubre de 2023.

También es relevante que no hay una ruptura entre los grupos, como la que sufrió Grecia y Yugoslavia, casos en los cuales un sector de lo que primeramente era resistencia terminó convertido en colaboracionista de los nazis. Los 14 grupos palestino en armas en Gaza están coordinados, tanto en la guerra como en las negociaciones.

La consciencia de la lucha, que fue determinante en la Segunda Guerra Mundial, está presente en las filas palestinas. Y, como muchos grupos europeos, sustentan su acción en sus propias capacidades, antes que en ayuda internacional. Es su espíritu lo que les mantiene con vida, como fue el caso de la muy golpeada resistencia alemana.

La resistencia que acompaña a los palestinos tampoco ha comprado la barrera de las fronteras internacionales. Yemen, Hizbollah, las brigadas de Irak e Irán constituyen un eje, no tan poderoso como el de los aliados en la Segunda Guerra Mundial.

Esa mirada, vista muy presente en el Guerra Civil Española, recoge la convicción de que el enemigo no es “local”. El fascismo es una apuesta que va más allá de lo local o de lo regional, y que ofrece una mirada global a lo que debe ser el mundo. Lo mismo ocurre con el sionismo; por tanto, la resistencia no puede ser menor.

El problema es que países aliados en la Segunda Guerra Mundial, como Estados Unidos y Reino Unido, hoy están del otro lado. Parece que no pelearon contra el fascismo como proyecto político-ideológico, sino contra el nazismo como amenaza a su propio poder; y no más.