Víctor de Currea-Lugo | 6 de agosto de 2013
La alerta mundial por posibles ataques terroristas en Oriente Medio y el norte de África recuerda que la organización fundada por Osama Bin Laden sigue viva.
El mundo occidental enciende las alarmas y cierra embajadas ante un eventual ataque de Al Qaeda. Estados Unidos e Inglaterra evacúan a sus ciudadanos de Yemen. El pánico se extiende a Europa. Pero hay poblaciones que han sufrido por años las consecuencias del terrorismo de grupos radicales islámicos como Boko Haram en Nigeria, Al Shabbab en Somalia, Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI), especialmente en Malí, y de Al Nusra en Siria.
Las víctimas no son sólo occidentales o cristianos, también otros musulmanes que no ceden ante las políticas totalitarias de dichos grupos. Musulmanes convencidos de la democracia han muerto recientemente a manos de los salafistas en Túnez.
Hay una comunidad distribuida en lo que fue el baluarte de Al Qaeda: los hazaras, entre Pakistán y Afganistán, víctimas olvidadas de las que nada se dice, concentrados principalmente en la ciudad de Quetta.
El 15 de junio pasado hubo una explosión en la Universidad de Quetta: 14 mujeres murieron y varias decenas fueron heridas, la mayoría miembros de la comunidad hazara. Un segundo ataque fue perpetrado en el hospital a donde fueron trasladados los heridos, dejando 10 muertos más, incluyendo cuatro enfermeras. Dos semanas después hubo 25 asesinatos más en Quetta, en un solo día.
La historia reciente de los hazaras empieza en 1893, cuando el rey afgano Abdur Rahman ordenó el sometimiento total de los hazaras, quienes fueron convertidos en esclavos. Más de la mitad fueron asesinados y sus tierras confiscadas, dando inicio a un crónico proceso de discriminación. Muchos huyeron a países vecinos como Pakistán e Irán. Los que huyeron a Pakistán se establecieron principalmente en la ciudad de Quetta, provincia de Baluchistán, donde ahora viven alrededor de 600.000.
Aunque los hazaras fueron parte importante en la formación de Pakistán, tanto su condición de minoría étnica como su credo religioso —la mayoría son musulmanes chiitas— han sido excusa para la violencia por parte de milicias suníes pro Al Qaeda en Pakistán (especialmente Lashkar e Jhangvi, los Soldados de Jhangvi, llamados así por su líder fundador) y de los talibanes en Afganistán. De hecho, allí se opusieron a los talibanes varias minorías, como los usbekos, los tayikos y los hazaras, quienes sufrieron persecuciones entre 1996 y 2001.
En los últimos doce años, sólo en Pakistán, han asesinado a más de 1.300 hazaras, más de 400 de ellos en 2012, pero nadie ha sido procesado por tales hechos (excepto unas pocas detenciones recientes fruto de las protestas). En 2009, el líder del Partido Democrático Hazara, Hussain Alí Yousafi, fue asesinado por desconocidos. En 2013 van más de 230 hazaras asesinados, 94 en un solo ataque. Amnistía Internacional ha documentado 91 ataques contra esa población en los últimos 13 meses. En una ocasión, los hazaras rechazaron enterrar sus muertos pidiendo justicia.
Los hazaras enfrentan además limitaciones a su libertad de movimiento, por los controles militares en Quetta. La presencia militar, lejos de garantizar el bienestar, lo ha complicado. Según Human Rights Watch, existe una histórica alianza entre militares pakistaníes y Lashkar e Jhangvi. El miedo entre la población es generalizado. Nadir Alí, líder en Quetta, ha calificado los ataques como genocidio.
La violencia en Afganistán y Pakistán sirve para ocultar los problemas que conlleva la creación de estados desconociendo realidades locales. Los millones de hazaras son otra nación sin Estado, marginalizada y perseguida. La paz en Pakistán implicaría confrontar lealtades tribales, étnicas, religiosas, militares y sectarias. Pero tocar esas lealtades sin ofrecer alternativas es dar otro paso hacia el abismo.
Lashkar e Jhangvi (Pakistán), Boko Haram (Nigeria), Al Nusra (Siria) y Al Shabbab (Somalia), independientemente de su vinculación formal a la red de terrorismo creada por Bin Laden, son grupos que reproducen la lógica de Al Qaeda, que, entre otras cosas, es más una franquicia, una confederación de grupos. Más que los eventuales ataques de dichos grupos, deberían preocuparnos los reales ataques, incluso contra personas de su propia religión, dentro de las cuales los más olvidados parecen ser los hazaras.