Cuando el publicista derrotó al abogado

‎Víctor de Currea-Lugo | 14 ‎de ‎febrero ‎de ‎2017

Dice el profesor Olivier Roy que lo importante no es lo que dice el Corán, sino lo que la gente cree que dice. En el mismo sentido, lo importante no es lo que el Corán ordena hacer sino lo que la gente cree que ordena.

Esta figura se traslada, casi sin matices, a la interpretación que hoy hace la sociedad colombiana de los acuerdos de La Habana. La sociedad no leyó el acuerdo que se votó en el Plebiscito y tampoco la versión final que se firmó en el teatro Colón.

A pesar de lo que se diga, la parte más retrógrada del gobierno ganó al convencer, a la inmensa mayoría que la paz era (y es) igual al desarme de las FARC; no entra en esa ecuación la implementación de lo acordado ni tampoco el diálogo con el ELN.

El acuerdo, tanto el previo como el final, apuntan esencialmente (entre otras cosas) a modernizar el campo. Desde el punto de vista del modelo, es incorporar unas regiones al mercado nacional mediante el desarrollo de infraestructura, nada más capitalista. Pero lo que ganaron los del NO fue hacerle creer a la gente que se trataba de otra cosa, como por ejemplo, de “la ideología de género”.

La gente cree (mayoritariamente los de las ciudades, que no son pocos) que es una obligación de las FARC entregar ya mismo todas las armas, pero no creen que sea una obligación del Estado, por ejemplo, implementar un plan nacional de electrificación rural.

Es decir, el publicista que repite el discurso del miedo le ganó, por goleada, al jurista que invoca el párrafo tal de la página cual, párrafo al que nadie se siente ni moral ni políticamente obligado. Un comandante de las FARC me decía que es el pueblo quien debe ahora exigir la implementación de lo acordado, pero ese pueblo que él menciona está lejos de tener el músculo político necesario para tal exigencia.

Las FARC negociaron de buena voluntad, con un Estado que se opuso a aceptar la existencia de los grupos paramilitares y que, como indican los hechos, parece que no asume su deber de luchar contra tales grupos; en parte esto se explica porque para el gobierno el carácter sagrado del Acuerdo sobre el tema del paramilitarismo, simplemente no aplica.

Esta banalización de los acuerdos está erosionando una oportunidad política, no solo para las FARC, sino ante todo para el país. Igual que frente al Corán, o frente a la Biblia, los hipócritas (curiosamente llamados también: los gentiles) cogen el pedacito que les conviene, ya sea de la Biblia o de los acuerdos.