Víctor de Currea-Lugo | 5 de septiembre de 2015
Hay una serie de elementos comunes en las migraciones, trátese del flujo forzado de personas desde Siria hasta Hungría o desde Venezuela hasta Colombia. La búsqueda de oportunidades es común a los rumanos en Francia, los venezolanos que hoy viven en Colombia y los irlandeses que llegaron a Estados Unidos.
No es exagerado decir que toda migración es forzada: a comienzo del siglo XX, un millón de suecos, en ese momento más del 20% de la población, se marchó a los Estados Unidos huyendo del hambre; algunos subsaharianos viajan hasta diez meses tratando de llegar al sur de Europa y saltando de país en país; y los rohingya se han aventurado mar adentro buscando alternativas a la represión del gobierno de Birmania. Ya sea por guerra, por hambre o por trabajo, la historia de las migraciones es la historia de la humanidad.
Los pueblos receptores también se benefician porque rejuvenecen su población, como es el caso de Europa en las últimas décadas; aumentan la diversidad cultural, disponen de una mayor cantidad de mano de obra y hasta de un incremento del consumo interno.
En el balance negativo aparecen, entre otros, tres elementos: aumento de la discriminación, formación de grupos sociales marginados y desequilibrios salariales. Pero estos tres problemas no son responsabilidad de los inmigrantes sino de las políticas de los países receptores.
Un estudio realizado en Australia entre 1974 y 2010, demuestra que la preocupación frente a la migración está más relacionada con el nivel de desempleo vigente que con el número de inmigrantes. Si bien es cierto la formación de guetos es una práctica común de los propios recién llegados, las malas políticas de inclusión alimentan este fenómeno. Y los problemas salariales son consecuencia de la falta de regulación laboral estatal que termina por enfrentar a pobres receptores y pobres recién llegados.
Hay países donde la xenofobia da votos, es el caso de España, Italia y Holanda. Por otro lado hay países donde se reconoce ampliamente los grandes aportes hechos por la migración, como es el caso de Suecia. Un estudio en Estados Unidos del año 2000 al 2007, demuestra que los beneficios sociales estatales recibidos por los inmigrantes son muy inferiores a los impuestos pagados y al aporte al PIB hecho por los inmigrantes.
A pesar de dichos aportes, que en caso español también han sido ampliamente documentados, los Estados parece que siempre encuentran en la persona extranjera el chivo expiatorio perfecto para explicar la delincuencia, el tráfico ilegal, la violencia urbana, la falta de empleo, la deficiencia en los servicios sociales y un largo número de problemas.
Venezuela
Entre 1951 y 1971 el número de colombianos residenciados en Venezuela pasó de 55 mil a 102 mil. En los años 1970, cientos de miles de colombianos migraron a Venezuela en el marco de la bonanza petrolera que demandaba mano de obra. Pero no solo se explica la migración por el efecto llamada que producía la creciente economía venezolana, sino también por un factor expulsor: el conflicto armado colombiano. Los colombianos, muchas veces, se ocuparon de tareas de muy baja remuneración.
Según el presidente Maduro, hay 5.6 millones de colombianos en Venezuela; con un número tan alto es esperable encontrar todo tipo de personas, desde industriales hasta personas dedicadas al servicio doméstico, pasando por jornaleros del campo y vendedores ambulantes; tanto en zonas de frontera como en regiones remotas, tanto con papeles como irregulares. Por eso no solo es ingenuo sino perverso cualquier afán de caracterizar a todos los migrantes bajo un solo adjetivo.
La relación de frontera y la crónica presencia de colombianos en Venezuela han configurado familias binacionales que, obviamente, buscan el mejor de los escenarios posibles para los suyos. Pero hoy los papeles se invierten, la crisis de su economía ha desestimulado la migración a Venezuela y, al contrario ha hecho que cientos de miles de venezolanos busquen alternativas laborales y educativas en suelo colombiano.
La política exterior colombiana nunca se ha preocupado por sus ciudadanos en el exterior ni, en particular, por los residentes en Venezuela. Por otra parte el gobierno venezolano históricamente se ha aprovechado de la xenofobia para desviar sus problemas internos. Así las cosas, la crisis de hoy no es responsabilidad de los inmigrantes sino de dos políticas oportunistas carentes de una visión integral del fenómeno migratorio.
Siria
Siria lleva más de cuatro años en guerra; casi la mitad de su población ha salido de su casa; los muertos y los detenidos se cuentan por cientos de miles y los refugiados por millones. La destrucción sistemática de pueblos enteros, el bombardeo con barriles explosivos en zonas densamente pobladas, el fracaso de las propuestas de paz tanto de la Liga Árabe como de la Organización de Naciones Unidas y la connivencia de la comunidad internacional con la sistemática y delibera violación de derechos humanos en Siria, empuja a millones a huir.
Más de 1.200.000 han llegado a Líbano, un país de tan solo 4 millones de habitantes; allí han alimentado desde las redes de prostitución hasta las de trabajo irregular mal remunerado. Otros han huido de Turquía, Jordania o Irak, este último destino a pesar de su conflicto interno es, en todo caso, mejor que Siria. Y unos muy pocos han llegado a Europa, demasiado pocos teniendo en cuenta el número de víctimas, así como las grandes posibilidades que tiene Europa de ofrecer refugio a las víctimas de la guerra.
Europa no ha hecho nada esencial por los sirios en los últimos cuatro años, ni siquiera ante el uso de armas químicas por parte del gobierno contra los civiles sirios. La expectativa europea tiene mucho de complicidad y poco de prudencia. La responsabilidad histórica de cómo, en 1916, las potencias europeas se inventaron Oriente Medio, el aprovechamiento de los recursos de la región y los principios de derecho internacional (de los que Europa tanto se ufana) son tres motivos para explicar por qué Europa si tiene un responsabilidad frente a la crisis de Siria.
Más allá de la frontera
Si bien la crisis de Venezuela, Colombia y Siria son diferentes los tres fenómenos confluyen en la incapacidad para ofrecer bienestar a sus pobladores, en Siria se huye de un gobierno genocida y del Estado Islámico, en Colombia del conflicto armado interno y en Venezuela de la grave crisis económica.
En los tres casos se busca un mejor vividero, en los tres casos se juega vergonzosamente con la palabra terrorismo, se niegan las obligaciones que impone el derecho internacional y se hace política con el dolor de las víctimas.
Mientras haya fronteras habrá quien las cuide, quien pague por cruzar por ellas a los necesitados, por emitir una visa, por transportar una mercancía. Mientras haya fronteras la idea de ciudadanos del mundo no es más que un sueño de los que viajan.
Publicado originalmente en El Espectador: https://www.elespectador.com/noticias/elmundo/migrar-o-no-migrar-esa-cuestion-articulo-584150