El triunfo del No ya empezó a pasarle cuentas al país. Lo primero es la andanada de propuestas del uribismo para la renegociación (poco sirve aquí decir que no todos los del No son uribistas). Plantean, resumiendo: amnistía amplia para las bases guerrilleras (que esencialmente ya está en lo acordado), cárcel para la comandancia, negación de cualquier política social incluida en el Acuerdo, exclusión de la fuerza pública de la Justicia Especial para la Paz, prohibición de la participación política de las FARC, y una sarta de medidas similares.
Esto no es un deseo de renegociación sino la negación de los principios de lo acordado, con un discurso mucho más cercano a una rendición incondicional. Por ejemplo, la renegociación propuesta por Uribe no es para avanzar en la restitución de tierras sino, de esperar, para garantizar su sepultura.
El gobierno delegó unos negociadores para con el No, abriendo una nueva mesa que, dicho sea de paso, no es la Mesa Social por la Paz, que muchos sectores sociales proponen. Es más bien una mesa de élites a la que se convoca a Uribe, Pastrana y Ordóñez. De nuevo se repite el Frente Nacional donde algunos (con los apellidos de siempre) se sientan a decidir el futuro del país.
Un día antes de esa cumbre, el presidente Santos, en contradicción con su propio decreto 1386 (de este año), le pone un plazo al cese al fuego bilateral que había sido firmado como definitivo: 31 de octubre.
¿Si eso hace antes de la visita de Uribe y Pastrana, qué hará después? Me preguntan en las redes sociales.
Al tiempo, se sabe que, posterior al plebiscito, la reunión en Cuba entre los negociadores del Gobierno y de las FARC se desarrolla bajo muchísima tensión. Pastor Alape llama al repliegue y a “posiciones seguras”; mientras que para algunos la declaración de Santos huele a traición. Las FARC están ya “contadas” (5765 guerrilleros) y se cierne la sombra de los procesos anteriores: la arremetida de la violencia oficial después de la firma del acuerdo. La paranoia no siempre es mala consejera.
El innecesario llamado a revisar el cese al fuego no es un detalle técnico-jurídico, es un mensaje político. Santos no parece descartar la vía militar, no envía un mensaje de tranquilidad a las FARC sino (deliberado o no) un guiño de guerra al uribismo. La cuerda de las FARC no puede estirarse sin provocar una crisis y si hoy vuelven a la guerra, será muy difícil condenarlos. Pero todo indica que no será tan fácil que caigan en la provocación. Como dijo Iván Márquez: “Las FARC reafirman que sus frentes guerrilleros permanecerán en cese al fuego como alivio a las víctimas y respeto a lo acordado”.
Repetir de memoria el artículo 22 de la Constitución de poco sirve, suponer un posible triunfo del Sí argumentando el impacto del huracán en la costa o la abstención de niveles históricos, es consuelo de tontos. Hasta ahora, las grandes perdedoras son las víctimas, porque la amenaza de volver a la guerra no solo es una nueva amenaza sino que su deseo de justicia se desvanecería.
Santos, hoy, no es garantía de que respetará lo firmado, si traicionó a Uribe ¿por qué no lo haría con las FARC? El pesimismo cunde, pues si esta paz no es viable, con todas sus limitaciones, un modelo de paz, más incluyente y democrático, esa que llamamos con justicia social, se ve aún más lejano. Tuvimos más de 6 millones de votos a favor del Sí, pero ya contaron; hoy solo cuentan si esos más de 6 millones de personas están dispuestas a pelear en las plazas lo que perdieron en las urnas.
Publicado originalmente en Las 2 Orillas