Víctor de Currea-Lugo | 27 de julio de 2023
Siempre hay que pensar también lo opuesto, no para contradecir tercamente sino para recordar que los procesos de negociación no son lineales, que una firma no es igual a la implementación de lo firmado y que en el desarrollo de los conflictos armados y de las negociaciones no hay nada irreversible.
El ELN se ha sentado con todos los gobiernos desde 1991, incluso mantuvo canales con el Gobierno de Duque. Pero el fracaso de dichos procesos no es, como se quiere pensar, solo y únicamente culpa de los elenos, es también responsabilidad de un Estado que nunca ha entendido la paz más allá del desarme.
Conocer al ELN
Cada uno tiene derecho a imaginarse al ELN que quiera, pero el Gobierno no tiene ese derecho y mucho menos quienes están al frente de la negociación. No hay que leer “El arte de la guerra” para saber que al enemigo hay que conocerlo; que el contrario es dinámico. Ni tampoco haber conocido a mi abuela Isabel para saber que “no hay enemigo pequeño”.
Insisto en que hay por los menos dos ELN: uno, ese complejo y real que está en armas; y, dos, el que han inventado en los medios de comunicación ciertos académicos –y algunos con mala leche–: federado, fragmentado, sin unidad de mando, narcotizado, arrinconado y angustiado porque los deja el tren de la paz.
Vale anotar el origen de la palabra “elenólogo”, con la que los medios designan a los que estudian a esta organización insurgente. Fue Pablo Beltrán, actual jefe negociador de los rebeldes, el creador de la palabra “elenólogo” y, según él mismo me contó, es una ironía para referirse a aquellos que “no tienen ni idea del ELN, pero creen que saben más que el Comando Central”.
Por ejemplo: escuché a un general que no entendía ni la jerarquía entre el Comando Central y la Dirección Nacional; un analista decía que la muerte de Uriel era la peor derrota del ELN en años; otro confundía Tocancipá (donde se hicieron unas audiencias para la paz con la sociedad, el Gobierno y el ELN) con Zipaquirá; un columnista famoso sacó un análisis diciendo que el Frente Ricardo Franco (una disidencia de las FARC) era del ELN; etcétera. Si el Gobierno se guía por esos referentes, este proceso puede fracasar.
El ELN real, con todas sus complejidades, es una organización centralizada, asamblearia, en crecimiento, con presencia real, aunque limitada, en el territorio nacional, con un ideario que sigue vivo –así estemos o no de acuerdo– y que no se siente derrotada ni arrinconada por la historia. Medirla solo por sus acciones militares –como suelen hacer algunos centros de análisis de conflictos– es negar de plano su naturaleza política y guiarse solo por los titulares de prensa. El ELN no está dividido hoy ¿que si habrá una disidencia? Es posible, como en casi todos los procesos de paz en el mundo, pero hoy esa supuesta disidencia no existe.
Retomar los diálogos, más allá de sentarse de nuevo
Ocho meses después de la reanudación de los diálogos entre el Gobierno y el ELN hemos pasado del escepticismo a un optimismo desmedido. Lo cierto es que se siente que el Gobierno de Gustavo Petro sigue enfrascado en dos trampas en las que han caído negociadores previos.
La primera, la convicción de que el camino trazado por las Farc sirve para negociar con los elenos y que es cosa de un otro sí, en alguna de sus variables. Todas esas nostalgias de la paz Gobierno-Farc no sirven; es peligroso negociar mirando por el espejo retrovisor, porque solo permite un modelo de negociación con un único fin: el desarme, el famoso DDR (desarme, desmovilización y reinserción). Y esa lógica es propia de quienes no conocen al ELN.
Con las Farc se hizo un proceso basado en el desarme y en las consecuencias de la guerra; por eso lo que más pesa es la JEP y la Comisión de la Verdad. En el caso del ELN, el tema de las armas llegará cuando tenga que llegar, pero no depende simplemente de que el Gobierno apriete el acelerador.
Para los elenos, este y otros temas pasan por la razón misma de su alzamiento armado. Reducir el debate a “la vigencia de la lucha armada” puede ser útil para calmar consciencias en conversaciones de cafetería, pero dudo mucho que eso sea un argumento, porque la verdad es que las “condiciones objetivas” que los lanzaron a las armas, más o menos, se mantienen.
El Gobierno de Petro es una promesa de cambio, pero, a los ojos de los elenos, no deja de ser un Gobierno lleno de buenas intenciones, mientras el poder económico y militar sigue estando en manos de las élites. Por eso, en esa mesa –para ser asertivos– se tendrá que hablar más de las causas de la guerra que de las consecuencias, como lo promete el Acuerdo de México. Petro demostró que se puede llegar al Gobierno, pero no ha demostrado, todavía, que se pueda tocar el poder.
El segundo error es pensar que la línea roja (yo diría rojinegra) del ELN, la participación de la sociedad es un acto puntual, como una especie de asamblea de unos cuántos días y ciertos invitados. Otro riesgo es que la participación de la sociedad se reduzca a las ONG. Para esta insurgencia la participación no es una parte de los diálogos, sino la esencia misma de todo el proceso. Por eso es inútil pretender sacarla de la agenda o, peor aún, creer que se resuelve con una propuesta de “paz exprés”.
La razón fundamental detrás de la participación es darle voz a los históricamente excluidos y ahondar en la democracia real. Eso, en el fondo significa un cuestionamiento serio al modelo político por vertical y excluyente.
Clave sería que esa participación no caiga en el centralismo bogotano, no peque de querer ser liderada por tecnócratas neoliberales, no esté sujeta al calendario electoral, no se centre en las víctimas de la guerra tanto como en las causas del conflicto, no se quiera imponer un modelo, etcétera.
La participación es un fin en sí mismo, pero es también un fin. Así que, aunque suena ambicioso, es muy difícil cerrar el tema gracias a unas reuniones, mientras sigan matando al liderazgo social o mientras el modelo económico no sea, por lo menos, sometido a debate.
Los elenos
Los elenos han aprendido y mucho del arte de la negociación, no en vano duraron años en Cuba esperando que el Gobierno de Duque diera alguna señal, ni en vano se han sentado a hablar con los gobiernos de Colombia. Vale anotar que, a pesar de sus tensiones internas, la voluntad de paz es real, pero no exenta de muchas desconfianzas, por demás no gratuitas. Es triste, pero el escepticismo del ELN tiene de dónde alimentarse.
En el caso de Petro, podemos decir que se trata de un Gobierno de izquierda, pero los elenos no son petristas y no compran la idea de que con el triunfo electoral de Petro ya no hay que desconfiar, sino simplemente desmovilizarse.
Ya en el pasado hemos visto que la forma puede desplazar el fondo de una negociación, que la ausencia de estrategia puede llenarse con tácticas cotidianas, y que la falta de propuestas políticas concretas y que sean viables se responde desde la trinchera de la ideología.
De cara a la participación de la sociedad, el ELN no va a aceptar fácilmente un modelo acotado por la prisa; pero también les corresponde entender que en la participación no debe devolverse a preguntar por “¿cómo participar?” cuando hay tantísimas experiencias sociales y de base que ya han fijado el derrotero. Definir la metodología no puede ser un proceso eterno.
El otro tema es lo humanitario. El asesinato de líderes sociales continúa, la estrategia de los Puestos de Mando Unificado ha sido un rotundo fracaso, según lo dicen las personas desde los territorios, una ceremonia vacía porque una vez, dicen los campesinos, se termina la reunión de cada Puesto, todo el mundo se va para la casa sin que siquiera quede un teléfono a dónde llamar. Así que no será fácil convencer al ELN de que el Gobierno actual tiene la capacidad plena de garantizar que no van a ser asesinados.
Del otro lado, ¿están los elenos listos para discutir temas que, aunque no sean la causa del conflicto, llegarán a la mesa? Los más sentidos son el secuestro, el reclutamiento de niños y el uso de minas antipersonas. Sobre los dos últimos hay propuestas que podrían ser salvadoras, pero el tema del secuestro no puede ser visto como un “asunto de principios” sino como un método que, por demás, tiene un gran costo político.
El ELN debería entender que está frente a un nuevo Gobierno, ya sabemos que no es un nuevo Estado y que Gustavo Petro tiene el Gobierno, pero no tiene el poder; pero eso no implica que este Gobierno es igual al de cualquier otro de las élites.
El problema no es si es posible la lucha armada, sino si es posible abandonarla. Dicho de otra manera, el ELN necesita una salida digna, sin ello tengo la sensación de que el simple discurso de que “no están maduros para la paz” o que “ya la lucha armada no es vigente”, cae en el vacío.
La tregua que se viene
Saludable la tregua que se viene y que empieza el 3 de agosto, pero como en muchos casos: el diablo está en los detalles. Uno de los problemas más comunes en las treguas es cuando su formulación cae en la “ambigüedad creativa”; es decir en formulaciones válidas para las dos partes, pero sobre las cuales las partes no necesariamente entiendan lo mismo.
La tregua es entre el Gobierno y el ELN, así que dolorosamente seguirán los combates entre, por ejemplo, el ELN y los paras en Chocó, hechos que, de producirse, serán usados por la gran prensa para desprestigiar el proceso de negociación.
Es esperable que los elenos no acepten una tregua que no cuente con mecanismos de verificación reales. Recordemos que el lado más frustrante del cese de 101 días (2017-2018) fue el incumplimiento por parte del Gobierno de sus compromisos de poder evaluar de manera bilateral la tregua. ¿Dejarán los militares que el ELN participe en tal supervisión?
La tregua tiene un reto grande porque las Fuerzas Armadas son las mismas del Gobierno de Duque, no ha habido una reforma que permita hablar de las fuerzas armadas “del cambio”. La renuncia o la llamada a calificación de servicio de miembros no es suficiente. Y no es un problema de nombres.
No se ha producido sanciones a militares que hayan cometido ejecuciones extrajudiciales, como la que sucedió en Buenaventura el 28 de enero de 2023, según lo denunció el ELN. Los militares ya dejaron la prevención de los primeros días para volver a la tranquilidad de la impunidad. Por eso, inflar la participación de militares en la delegación del Gobierno no es una estrategia sana sino contraproducente.
Lo más grave, pensar que hay una linealidad irreversible entre la tregua y el fin del conflicto armado. Eso fue uno de los errores del Gobierno Santos. Los elenos ya han demostrado que tienen la capacidad real de suspender sus acciones, pero también de volver a la guerra. Una aclaración: cese de hostilidades traduce no cometer actos de guerra; otra cosa son los crímenes de guerra, que no deben ser aceptados ni con cese ni sin cese.
Las leguleyadas
El ELN no va a sumarse de manera automática a las conclusiones de la Comisión de la Verdad, ni a someterse a la Justicia Especial para la Paz. En todo caso, ¿deben responder por sus actos? Claro que sí; ¿debe contribuir a la verdad? sin duda. Pero el diseño de mecanismos innovadores para estos retos pueden ser una gran piedra en el zapato si no hay capacidad creativa.
Llama la atención el “santanderismo” de algunos elenos que creen que su lucha revolucionaria contra el “Estado burgués” debe ser reconocida “por el derecho burgués”. Lo preocupante es cuando el ELN se acerca a esa lógica leguleya tan colombiana. Por ejemplo, insistir en un “derecho a la rebelión” que sea reconocido, por decreto, precisamente por parte del Estado contra el que combaten es, por lo menos, una contradicción.
Pero estos reclamos apuntan a algo más peligroso, tanto por parte de unos como de otros, que se caiga en el mismo error que cayeron las Farc: creer que la paz es un asunto jurídico, cuando es esencialmente un asunto político. Caer en peleas jurídicas pírricas es perder la agenda real: las transformaciones para la paz.
Esas transformaciones no esconden la idea de “hacer la revolución en la mesa” pero tampoco pueden ser cambios cosméticos, ni simplemente proyectos regionales tipo ONG. Un plan piloto regional funcionaría si hubiera voluntad política real de las élites tradicionales, recursos financieros reales y garantías de seguridad más allá de las promesas. Claro, como plan piloto sería un punto de partida de implementación y no el único resultado de la mesa.
A propósito, los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (Pdet), representan el mañoso discurso de la “paz territorial” que busca soluciones locales a problemas nacionales, algo imposible en un país sin autonomía regional. Pero ni siquiera los Pdet han sido exitosos. Con un agravante: querer resolver un conflicto del orden nacional en tan solo 170 municipios.
Vale aclarar que hay un sector del Gobierno temeroso de enfrentar el neoliberalismo, al que por décadas dijo querer confrontar y, en un discurso tibio, plantea, por ejemplo, no acabar las EPS. Si en salud el Estado asume lo rural y las EPS se quedan con lo rentable, entonces se hizo un buen remiendo neoliberal. Esa es la paz que no podemos aceptar.
Claro que debe blindarse lo que se acuerde, pero no conozco un proceso de paz más “jurídicamente blindado” que el de las Farc (su texto hace parte de una resolución de la ONU) y no por ello se ha implementado.
Una de las grandes críticas al Derecho Internacional Humanitario (DIH) es que convierte las rebeliones en “conflictos armados”, desconociendo agendas políticas y sociales, y centrándose solo en variables militares. Los revolucionarios, a la luz del DIH, dejan de serlo para volverse “combatientes”. Y, el mayor riesgo, si se establece algún tipo de justicia transicional, es que se base en convertir a los combatientes en “criminales de guerra”. Todo esto demuestra, de nuevo, que la paz debe ser un asunto político antes que jurídico.
El reto de la Paz Total
Como dijo el ELN en su comunicado del 21 de noviembre, los cambios para la paz deben ser tangibles, urgentes y necesarios, fruto de una “participación eficaz”. Eso implica un nivel de compromiso mayor y de implementación temprana, en palabras firmadas por las dos partes en México: “los acuerdos parciales son de implementación inmediata”.
Pero la más temprana de todas es el cese del paramilitarismo, fenómeno que no se puede mirar sin la responsabilidad –así sea por omisión– de las Fuerzas Armadas. Eso implica, entre otras cosas, atacar los vínculos del paramilitarismo con el narcotráfico, pero también con las élites locales y regionales. Como dice el Acuerdo de México, “la erradicación de toda forma de paramilitarismo”.
El ELN no va a salirse de Chocó, por ejemplo, dejándole el territorio libre a los paramilitares; no va a retirarse de Arauca o de Catatumbo sin que hayan asegurado la pervivencia de sus bases políticas y sociales. El Eln tiene en la retina nuestra historia de paz traicionada, desde Guadalupe Salcedo hasta los casi cuatrocientos asesinados de las Farc, pasando por Carlos Pizarro y otros tantos.
No es simplemente “que los elenos enredan hasta un aplauso”, es que nadie va a entregar las armas para correr la suerte de las Farc; es que el ELN ha dejado claro hasta la saciedad que no quieren curules a cambio de armas, y los medios de comunicación siguen sin entender esas cosas por demás simples. Incluso, una vez un comandante me decía que una salida podría ser “diluirse” una vez lograda una negociación decente.
Las negociaciones del santismo con el ELN estuvieron basadas en la improvisación, en “vamos a ver hoy qué dicen”. Esa es la mejor forma de asegurar el fracaso. Los negociadores deben estar 24/7 dedicados a planear, discutir, escribir y pensar la paz como “voceros” del Gobierno. La delegación de Petro no es de la sociedad, así algunos pretendan serlo.
No es una cosa que empiece cuando se toma el avión de ida y acaba cuando se toma el de regreso. Faltan prioridades, metodologías, tiempos, mecanismos y recursos. La paz no es discurso, es gestión eficaz de la política.
Si falla la paz con el ELN creo que podría desbarrancarse la Paz Total. Eso no se resuelve amenazando con levantar la Mesa (eso le queda bien a la derecha, pero no a un Gobierno progresista). Y si se desbarranca la Paz Total, todos vamos a perder.
Me pregunto si la ley de Paz Total era realmente necesaria porque ya había un marco jurídico para negociar; en cambio esa ley crea nuevas trabas y categorías que más que ayudar a la negociación, la enredan.
Para finalizar
Y una cosa que es culpa de las dos delegaciones, de la mesa como tal, es la incapacidad total de comunicarle al país los avances y de explicar los errores. Como vamos, en poco se va a establecer la tendencia informativa de que “Petro le va a entregar el país al ELN”, como cuando dijeron que los venezolanos se iban a meter en las viviendas o que Santos le entregó el país a las Farc. Perder la pelea mediática por la defensa de la paz es perder la mitad de la partida. La mesa pasada no logró ser un tema de política nacional y social, como esperábamos.
La no aprobación de la reforma laboral, afectando a los más pobres, la reforma a la salud criticada por quienes no tienen una opinión informada y formada, estos y otros tópicos que hacen parte de la ofensiva mediática contra Petro muestran, claramente que la participación política de la sociedad, sobre todo para conseguir cambios, no es una cosa que pueda esperar más tiempo.
Un Gobierno no solo es democrático porque haya ganado unas elecciones, sino porque mantenga ese talante. Sería muy triste que dos proyectos de cambio no se pongan de acuerdo en lo que precisamente las élites históricamente le han negado al país: la participación, la cual debe ser un proceso político de ampliación de la democracia, no una simple serie de reuniones. No es un problema matemático, es un asunto democrático.
Espero que no prime esa lógica que tenía el M-19 en los años 80, en la cual la única guerrilla válida era la de ellos; lo digo no por validar al ELN, sino para no invalidar con esas premisas la negociación con ellos. Y me queda una pregunta sin repuesta ¿Qué piensa realmente Gustavo Petro del ELN?
Publicado originalmente en: Periódico Desde Abajo