Víctor de Currea-Lugo | 15 de octubre de 2022
Los rompecabezas tienen cierta magia, uno los puede empezar por donde quiera, a veces los amigos ayudan a armarlo, se pueden dejar esperando un poco y el final siempre será poner la última pieza, no importa cuál. Ah, y además no tiene un modo único, salvo no forzar las piezas, sino que estas encajen. Eso pasa con la Paz Total.
Aquí algunas reflexiones en voz alta para armar el rompecabezas de la paz, pueden empezar por donde quieran, no tiene un camino lineal, unas piezas las puse yo y otras unos amigos, puede desbaratarse y volverse a jugar. Pero las piezas no hay que meterlas con calza, sino buscarle la comba al palo, como decía mi viejo.
Hay que ser pragmáticos. Necesitamos una superficie pareja, no porque todas las piezas sean iguales sino porque deben encajar; claro, los dogmáticos dirán que esto no se puede, que aquello es impensable y hasta pondrán un reloj para amargar la tarde.
1. Los grupos armados del conflicto colombiano son los que son y hay que ponerlos boca arriba, como el que muestra las cartas del juego. El inventario es indispensable. Y no, no hay piezas iguales, pero todas importan, aunque unas ayuden a formar la cara del gatico y otras tan solo sean del paisaje.
2. Los grupos candidatos a la Paz Total deben ser: armados, con mando responsable y con cierto control territorial. Esto es lo mínimo para ser considerados. De ahí para arriba pueden ponerles más características a los que van a negociar, porque lo que se trata es de acabar con la violencia, no de repartir carnets de beligerancia.
3. Una cosa impopular: el DIH no sirve de mucho. Primero, porque si algo es común a la insurgencia, al Gobierno y la sociedad, es que cada uno lo retuerce hasta que dé el resultado que se quiera. El DIH no es una camisa de fuerza; ayuda, pero no debe definirse la paz como un asunto simplemente jurídico, cuando es ante todo un asunto político. Por eso, entre otras cosas, es un fracaso la mal llamada “paz con legalidad”.
4. Lo anterior no niega la vigencia de las normas humanitarias. Incluso, las mafias y la delincuencia organizada han aceptado muchas sin que eso implique que sean sujetos del DIH; simplemente son personas armadas, con vocación de poder y de control, que deciden fijar unos límites al ejercicio de su violencia. Por ahí es la cosa.
5. Dejar de pelear por palabras: que si beligerancia, que si reconocimiento político, que si acogimiento o sometimiento. Lo cierto es que todo grupo armado tiene una vocación política en cuanto busca controlar la polis. Es posible que no tengan estatutos ni una ideología, pero (ante todo) son una pieza del rompecabezas.
6. La voz de las víctimas sin duda cuenta, pero (lo más impopular de esta columna) el modelo de verdad, justicia, reparación y no repetición no puede convertirse en el palo de la rueda de la paz. En otras palabras, hay que dar cuenta del pasado, pero también hacer posible otro futuro. Lo mejor es que las víctimas ayuden a transitar ese camino.
7. La caracterización de los grupos armados debe hacerse desde su realidad, no desde lo que dicen que dicen los libros. Claro que los libros ayudan, pero son muletas que al final nos hacen trampa si las ponemos a remplazar los pies.
8. El ELN es una unidad político-militar con vocación de poder y quienes hablan en su nombre tienen el mandato para hacer la paz. Lo mismo pasa con algunas de las llamadas disidencias. Pero eso no es así con el paramilitarismo, el problema con ellos es que, como decía una amiga de las que me ayudó con este rompecabezas, son “operadores armados” de agendas ajenas.
9. Una pieza esencial es el narcotráfico. De hecho, cada vez más es puesto en el debate por el ELN y por la gente que sabe de la guerra. Unos grupos cobran impuesto a la hoja, otros hacen cocaína y otros cuidan cultivos. Y no, esas fases no son lo mismo ni tienen las mismas connotaciones. No es lo mismo financiarse que lucrarse, aunque a muchos les parezca la misma vaina.
10. El poder de los grupos no está solo en las armas, sino en lo que esas armas defienden, sea lo que sea. Por eso, los grupos que hacen parte de redes de poder mafioso no pueden limitarse al futuro de los fusiles. Si “es la economía”, como decía un asesor estadounidense, entonces no hablemos de los fusiles sino de las economías locales, nacionales e internacionales que deciden hacia dónde apuntan los fusiles. Y esta es una de las piezas más complejas. Por lo mismo, no hay que remplazar cultivos sino economías.
11. La legitimidad de unos acuerdos no radica en que los actores involucrados sean “merecedores a los ojos de todos” sino en cómo se entiende la urgencia de la paz y la necesidad de salvar vidas. No es desde la pureza moral que se construye una paz de humanos.
12. Las llamadas disidencias (que no es una pieza sino varias y de distinta naturaleza) van a insistir en reconocimiento político, pero de nuevo esa es una falsa disyuntiva. Miremos la realidad: están armados, están organizados, tienen control territorial y quieren negociar. ¿Cuánta gente condenamos a la muerte por una terquedad lingüística?
13. Alguien puede patear el tablero y mandar las piezas por el aire. Toca, en ese caso, volver a empezar. Es decir, los enemigos del juego están ahí. A algunos de ellos nada les sirve: ni el orden de las piezas, ni la superficie de partida, ni el dibujo del gato que va apareciendo. Están ahí y son reales. Tan reales como en Ruanda donde después de un exitoso proceso de paz hubo un genocidio.
14. El problema es si lo acordado se cumple, no si simplemente se firma. Un rompecabezas no termina en la compra, ni en el reguero de las piezas sobre la mesa, sino en su armada. Lo triste es que el Gobierno de Petro arrastra el pasado de décadas de Gobiernos que firmaron para no cumplir. Petro no puede hacer eso, ni demorar la implementación porque el palo no está para cucharas.
15. El problema central es de las economías de la guerra. Muchos grupos y sus integrantes no están en las prácticas violentas sino como parte de alguna economía ilegal. Ahí radica parte del negocio. ¿Qué puede ofrecer el Estado para sustituir economías ilegales? No lo sé.
16. Más que GAO (con G de grupo) valdría la pena hablar de RAO (con R de redes). No, no quiero promover otra descabellada sigla, sino invitar a que pensemos que muchos grupos hacen parte de una red, ya sea por conexiones económicas o territoriales, porque son testaferros o venden servicios, etc. Pensar los grupos como red puede ayudarnos a desenredar la guerra de otra manera.
17. La sociedad todos los días está en diálogo con los grupos armados, en las veredas y en las carreteras; así que satanizar el diálogo entre la sociedad y los armados es tonto, inútil y moralista. Eso no sirve. Ojalá florezcan cientos de espacios de diálogo, eso sí, entendiendo que nadie es en puridad el dueño único de la paz.
18. El poder con el que se negocia es el poder real, no el formal ni el legal. Andar pensando en si los grupos son ilegales es ridículo porque es claro que lo son. Si fueran legales pues resolverían los problemas en un tribunal o ante la superintendencia de turno. Sí, se negocia con ilegales y con grupos que han cometido delitos. Eso se llama principio de realidad. Lo otro es volver a la fallida idea de “no negocio con terroristas”, craso error de un Estado incapaz de derrotarlos por vía militar.
19. No se les olviden las cárceles. Ahí han nacido la negociación de Sudáfrica y los acercamientos con los kurdos del PKK; ahí el ELN tuvo propuestas de negociación, ahí están los jefes de muchos grupos y su decisión determina lo que pasa afuera de las prisiones, como se demostró en El Salvador.
20. Otro comentario impopular: las Fuerzas Armadas son parte del conflicto y hay que mirar cuál es su nivel de compromiso. Hablo de las Fuerzas Armadas reales, no las que dice la Constitución; de las vinculadas con redes de delitos, no las impolutas de los libros ¿Qué resistencias tienen y hasta dónde podemos tensar la cuerda?
21. ¿Qué puede llevar a que una red como las oficinas de Cali o los combos de Medellín decidan avanzar hacia la paz? Tampoco lo sé, esa es una de las piezas más difíciles, pero hay que buscarle, de nuevo, la comba al palo.
Como dije en mi artículo anterior: decir «agua» no nos calma la sed. Es tiempo de la acción. De poco sirve ahora mismo un discurso sobre el derecho a la paz, cuando necesitamos pasos concretos.
Aquí se negoció con Pablo Escobar y hay quienes se asustan si tratamos de que se negocie con el dueño de una “olla de barrio”; aquí se ha perdonado a muchos militares y hay quienes se asustan cuando decimos que se hable con la guerrilla. El problema es que la paz algunos lo ven como un premio a los violentos, cuando hay que verlo como un alivio a los desarmados.
Meter a la cárcel a quienes han cometido crímenes produce resultados limitados para la víctima, sobre todo porque no permite la reparación. Toda paz implica ahorrarnos unos muertos a cambio de tragarnos unos sapos, por eso el balance entre justicia y paz es tan complejo. La justicia ordinaria nos da unas cifras de impunidad muy altas, así que, hoy por hoy, tenemos más posibilidad de justicia en un acuerdo de paz que en una guerra. Fin del comunicado.