Yemen, el siguiente

Víctor de Currea-Lugo | 24 de marzo de 2011

Ali Abdullah Salehm, presidente de Yemen del Norte desde 1978 y desde 1990 de Yemen unificada, fracasó en su cometido de traer democracia y unidad a Yemen. El reciente asesinato (marzo 18) de más de 50 miembros de los Hashid, la principal tribu yemení, muestra que el presidente Saleh hace puntos para ser el próximo en caer.

Saleh, a diferencia de otros líderes en apuros, es chií (de la rama del zaydismo), fue amigo de Sadam Hussein (a quien apoyó en la ocupación de Kuwait), es cercano al actual gobierno de Irán (a quien apoya en sus pretensiones nucleares) y es socio de los Estados Unidos en la lucha contra el terror. Es decir, amigo del que sea necesario.

La rebelión de los Huthi al norte, las acciones de Al-Qaeda y los rezagos de separatismo en el sur son causas de permanente violencia. Pero las causas de la revuelta son también estructurales: el ingreso per cápita es de 745 dólares, 40% de los yemeníes viven con menos de 2 dólares al día y el desempleo llega al 35%.

Un punto central de las protestas, desde el 27 de enero, ha sido la Universidad de Sana. Y como símbolo, la Plaza de la Liberación, que tiene el mismo nombre de la Plaza de El Cairo. Los gritos han sido claros y simples “Después de Mubarak, es el turno de Ali” y “Ali, Ali, alcanza a Ben-Ali”.

Al comienzo, la protesta fue pacífica, pero luego apareció la violencia por parte de los simpatizantes del gobierno (como en el caso de Egipto). Los muertos empezaron a sucederse de una ciudad a otra, hasta alcanzar el 18 de marzo el número de 52 en una sola jornada.

A pesar de la violencia creciente, la oposición ofreció a Saleh fórmulas para una solución pacífica a la crisis que incluía su salida a finales de 2011. Ahora que la crisis ha aumentado, Saleh trata de rehacer esa propuesta 20 días tarde.

Saleh ha tomado una serie de decisiones copiadas de sus vecinos: dijo que no se presentaría como candidato en las elecciones de 2013 (ya había hecho ese anuncio en 2002 sobre las elecciones de 2006 en las que fue reelegido); prometió reformas, crear un “gobierno de unidad”, y aumentar los salarios de empleados oficiales y miembros de las Fuerzas Armadas (como hizo Mubarak); destituyó 5 gobernadores y prometió una nueva constitución, separación de poderes y un régimen parlamentario.

Luego despidió a todo el gabinete ministerial y organizó marchas pro-gubernamentales (como casi todos los países ahora en crisis). Como última opción optó por la represión violenta de los manifestantes (como ahora lo hace Siria y Bahréin) y en vez de acallar las protestas consiguió la descalificación generalizada.

Debido a la violenta represión contra los manifestantes, en febrero renunciaron varios parlamentarios del partido de gobierno y 2 vice-ministros. A finales de ese mes, los miembros de las dos más importantes tribus (Hashid and Baqil) se unieron a las protestas, así como otros miembros del partido de gobierno, diplomáticos como el embajador ante la ONU, y varios ministros.

Luego de la masacre de 52 civiles, tres generales y otros militares se pusieron del lado de los manifestantes. Y, como si fuera poco, El líder de los Hashid, tribu a la que pertenece Saleh, pidió la marcha inmediata del mandatario.

Uno de los miedos que ronda en Yemen es la fragmentación del país, unificado hace sólo 21 años. A esto lo llaman “tatasawmal”, la “somalización” de Yemen. Este miedo y la amenaza de Al-Qaeda son los argumentos que esgrime Saleh para aferrarse al poder.

Pero los caminos más probables son otros. Uno es hacerle caso a la consignas y seguir el camino de Mubarak y de Ben-Ali, el otro seguir el triste ejemplo de Gadafi. En Yemen, tiene una tradición de partidos políticos más fuerte que Libia, con coaliciones de oposición, lo que haría más fácil llenar el vacío de poder a la salida de Saleh. Además, la experiencia de guerra de guerrillas y el mercado de armas no son novedad. Es decir, a diferencia de Libia, Yemen está mejor preparado para la paz ó para la guerra.

Publicado originalmente en El Espectador:https://www.elespectador.com/opinion/yemen-el-siguiente-columna-258803