Víctor de Currea-Lugo | 11 de octubre de 2023
Ser sionista no es únicamente una opción política que apuesta por la construcción de un Estado SOLO para judíos en el territorio de la histórica Palestina (y todo lo que eso conlleva) sino una forma de ver el mundo, un dogma. Y para eso no hay siquiera que ser judío, hay muchos sionistas que recién salen del closet y otros que lo son y no se han dado cuenta.
“Me atacan porque soy judío”
Empecemos por precisar que ser sionista es una propuesta política, de exclusión para los no judíos, allí no caben musulmanes, ni cristianos, ni árabes, ni nadie más. Ellos mezclan lo étnico con lo religioso para excluir al resto. Incluso hablan de algo inexistente: la raza judía. Así se autoperciban una raza, no lo son; la genética es implacable.
Es cierto que los judíos han sido perseguidos, según la Biblia desde la antigua Babilonia, hasta los pogromos de los zares rusos y de la Alemania nazi, pasando por el imperio romano y por la inquisición. Pero ¿eso los hace inmarcesibles? Parece que repiten “Soy víctima y si he sido víctima, soy dueño de la verdad”. La inmunidad es para siempre, por eso nadie se atreve a criticar a los sionistas en muchas partes de Europa, por eso son más que apoyados por Estados Unidos.
Otras víctimas no cuentan. No se pueden criticar porque los revictimizan: ellos son dueños del dolor del mundo, olvidando que en el Holocausto murieron gitanos, negros, migrantes, homosexuales y comunistas, entre muchos otros.
Son los dueños de la “palabra G”; nadie puede hablar de genocidio sin su permiso, la matanza de palestinos civiles en Beirut, en 1982, no puede ser presentada como genocidio, ni las políticas recientes contra Gaza: no comida, no electricidad, no agua, no medicamentos. Ni el muro en el que encierran a los palestinos. Todo eso, según ellos, son “medidas defensivas”.
Se creen el “pueblo elegido”; los 144 mil a ser salvados según el apocalipsis de Juan, y por tanto son desde ya superiores. No tienen que hacer méritos para ganarse el cielo, ya lo tienen ganado, ya están en la lista y eso les da toda la impunidad del mundo. Los demás somos inferiores. Los palestinos son, en palabras del actual ministro de defensa de Israel, “animales humanos”.
Nadie puede criticarlos, su dolor del pasado les vuelve inmunes a la crítica, cualquier reclamo es como resucitar a Hitler, cualquier crítica es equiparado con querer arrojarlos al mar, cualquier pedido de democracia, aún entre judíos, es considerado una traición. Decir que los asentamientos judíos son ilegales es presentado como una malinterpretación del derecho y sugerir que los colonos armados y que disparan son combatientes es una afrenta, cuando se sabe que son los palestinos civiles los sospechosos de violencia.
“La verdad es mi verdad”
“Me atacan porque soy judío”, dicen, y así se alimentan de la cultura woke, soy una minoría perseguida y por tanto puedo calumniar y destrozar a los demás sin rendir cuentas; la justicia no me reclamará porque somos “víctimas históricas de un sistema antisemita”. Su palabra vale más que la de los mortales. No necesitan probar los crímenes que acusen y pueden negar las pruebas en su contra.
Vale anotar que semita es una familia lingüística, que incluye el hebreo, el arameo y el árabe. Pero como ellos se apropian del lenguaje dicen que ser antisemita es ser antijudío y que es lo mismo (para ellos) que ser antisionista. Y como son superiores no aplican los derechos humanos: si hay unos con categorías superiores, no puede haber principio de igualdad, ni tampoco libertad.
Y crean su propio lenguaje: no hay ocupación sino territorios en disputa, no hay derecho a la resistencia sino terrorismo, no hay torturas sino “presiones físicas moderadas”, no hay civiles sino terroristas, no hay derecho internacional sino mandato bíblico.
Echan mano de la historia deformada y pueden hacerlo porque tienen a los medios de su lado; nadie se atreve a criticarlos porque son víctimas elegidas e históricamente perseguidas. Sus ataques a los demás son defensa y la defensa de los demás son ataques. Citan su libro para justificar todo, partiendo de que son los únicos llamados a interpretarlo correctamente.
Están en el lado de lo políticamente correcto. Por ejemplo, la actriz libanesa que los criticó, Mía Khalifa, es mala; en cambio, Benjamín Netanyahu, es bueno. Los que critican a Israel deben mostrar su solvencia moral, mientras los sionistas y filo-sionistas que aplauden (o por lo menos callan) frente al genocidio de los palestinos ya son moralmente superiores.
En el caso de la actriz, como ella trabajó en películas pornográficas, entonces no se le puede creer, incluso si dice que 2 + 2 es 4 no será válido porque era actriz porno. Pero si un sionista dice que 2 + 2 es 5, hay que creerle, las víctimas nunca mienten.
Los sionistas y los filo-sionistas deciden lo qué es pecado, lo que es malo, y hasta establecen que lo que hace, por ejemplo, Mia Khalifa, es peor que un genocidio, es peor que matar niños civiles en hospitales de Gaza con bombardeos, es más vergonzoso que judicializar menores de 10 años, que demoler miles de casas palestinas, que taponar fuentes de agua con cemento para que los palestinos no las usen, que impedir el paso de las ambulancias hasta que los pacientes mueren. Mía no puede hablar, lo hizo y la echaron de su trabajo como actriz de Playboy, la cancelaron.
Los sionistas reducen Palestina a Hamas, todo apoyo a Palestina es presentado como un apoyo a Hamas y como una negación del Holocausto. Nada tienen que ver los campos nazis con el muro que encierra a los palestinos, ni la deportación de judíos con el bombardeo de Gaza. Son unos genios para unir lo que está separado y separar lo que sí está unido (como ocupación y terrorismo).
Otros dicen que qué brusquedad usar palabras como “apartheid”, «limpieza étnica» y “genocidio” para referirse al pueblo de los elegidos, que qué falta de glamour. Por eso en Reino Unido promueven que ondear la bandera palestina sea un delito. Al mismo tiempo Netanyahu sostiene que si la Corte Penal Internacional investiga a Israel, sería antisemitismo.
“Lo dice la Biblia”
Precisemos dos cosas: no todos los palestinos son musulmanes, ni todos los musulmanes son árabes, ni todos son terroristas. Incluso, no todos los sionistas son judíos, hay muchos que defienden a Israel desde la academia hasta las iglesias de barrio.
Si usted es académico lea derecho internacional, si usted es evangélico (en cualquiera de sus formas) le recuerdo que los judíos no aceptan los evangelios y que para ellos Jesús no cuenta. Es decir, es imposible ser sionista y evangélico sin entrar en una contradicción de fondo.
Y si es periodista no diga que los palestinos mueren pero que a los israelíes los asesinan, no diga que usar fósforo blanco es una medida defensiva ni cite por ejemplo a la ministra israelí de Justicia, Ayelet Shaked: “(las madres palestinas) deberían desaparecer junto a sus hogares, donde han criado a estas serpientes. De lo contrario, criarán más pequeñas serpientes”.
En la operación militar contra Gaza de 2014, un comandante israelí, Givati Brigade, llamó a la guerra contra los que difaman a Dios. Escribió en su mensaje a las tropas que “la historia nos ha escogido para ser el filo de la bayoneta de la lucha contra el enemigo terrorista de Gaza, que maldice, difama y abusa del Dios de las batallas de Israel”. Si su Dios necesita para triunfar de la bayoneta de los hombres pues me genera dudas su condición de dios.
Los neo evangélicos (en sus diferentes vertientes) otorgan cualidades a los sionistas que no tienen, los consideran los elegidos. Como dice el Apocalipsis, estamos llenos hasta de falsos judíos: “yo haré que los de la sinagoga de Satanás, los que dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten, he aquí, yo los obligaré a que vengan y adoren delante de tus pies…” (Apocalipsis 3:9).
Son esos que por fuera lucen como judíos, hablan como judíos, citan las sagradas escrituras como judíos, pero son incapaces de piedad alguna. Esos falsos judíos son incapaces de dar de comer al hambriento y prefieren envenenar tazones y copas; incapaces de dar de beber al sediento y prefieren echar plagas sobre las aguas de sus vecinos; incapaces de dar posada al peregrino y prefieren destruir casas con sus enormes máquinas; incapaces de enterrar a los muertos y prefieren dejar los cuerpos de sus enemigos para que sean comida de las aves de rapiña. Esos no son judíos, aunque el mundo así los llame.
Estas mismas nociones de los “falsos judíos” y de la “Sinagoga de Satanás” ya había sido mencionada por Juan como aparece explícitamente en Apocalipsis 2:9. Y como dice en Romanos 2:28-29, “Lo exterior no hace a nadie judío ni consiste la circuncisión en una señal en el cuerpo. El verdadero judío lo es interiormente; y la circuncisión es la del corazón, la que realiza el Espíritu, no el mandamiento escrito. Al que es judío así, lo alaba Dios y no la gente”.
Neonazis, fascistas, sionistas y otros grupos tienen el dogma como fe, el fanatismo como práctica y la inquisición como método. Ahí caben los defensores de Israel a rajatabla, los neutrales, los impolutos, los oportunistas del derecho, los que aceptan dádivas de las embajadas de Israel para callar o hablar a su favor y los tibios.
A los tibios la Biblia ya los mencionaba: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”. (Apocalipsis 3:15-16).
Esa es parte de la crisis mundial actual, esa doble moral con que se miran los casos de Ucrania y de Palestina, con que se elige quiénes son civiles y quiénes combatientes, con la que se dice que hay elegidos y no elegidos, con la que se concluye que es más grave lo que hace Mía Khalifa que lo que hace Benjamín Netanyahu. Por eso, hay que callar a Mía y justificar al genocida.