Ser gobierno: el reto de tener que cocinar

Víctor de Currea-Lugo | 8 de octubre de 2022

Dice la leyenda urbana que un detenido por razones políticas pidió un abogado “de la Universidad Externado, de la Libre, del Rosario, pero no de la Nacional”. Esa solicitud molestaría a quienes, como yo, llevamos a la Universidad Nacional tatuada en el alma y tenemos fe en el derecho.

Pero el preso aclaró su pedido así: “Yo necesito alguien que me saque de aquí no que me dé un discurso, a la luz de Foucault, sobre la cárcel como sistema de dominación burgués”. Claro que esa reflexión foucaultiana tiene su momento y lugar, su puesto y su valía, pero ¿siempre y en todo momento? No.

En 2005, en las afueras de Madrid, hubo una reunión de cientos de colombianos venidos de toda Europa para hablar de la guerra. Las banderas del DIH (escrito en 1949, con todos los sesgos de ese momento) tuvo, que yo recuerde, un argumento en contra: que no era aplicable a Colombia porque nuestra guerra era muy diferente a todas las otras del mundo y por eso debía ser rechazado.

Entiendo perfectamente que hasta el 7 de agosto de 2022 la izquierda colombiana y todas las expresiones políticas y sociales deseosas de un cambio podíamos darnos el tiempo para debates semánticos y semióticos de todo orden, pero ese momento ya pasó.

No, no estoy negando las categorías ni la precisión al nombrar, estoy diciendo que es el momento de que, sobre esa base, demos el paso a la acción. Una de las cosas que más asombra a extranjeros es la capacidad colombiana de repetir hasta la saciedad lo ya dicho y gastar horas y horas en reuniones que terminan con la cita para una próxima reunión. Parece que no supiéramos que hay otras formas de hacer política.

He estado en reuniones en las que se interrumpe a la persona que interviene solo para “introducir un pequeño matiz” que lleva al traste el foro y desvía el debate, o en las que alguien se levanta y empieza citando el año de “1492” con lo cual uno sabe que esa intervención va para largo.

Me pregunto hasta qué punto las negociaciones con las guerrillas han fracasado porque ideologizan todo en una mesa que más bien obligaría, incluso para ganar, a tener propuestas audaces y prácticas.

Como escritor que trato de ser valoro las palabras, pero como activista valoro más la realidad. No es tiempo para discutir si el árbol que cae en la selva produce o no ruido cuando no es escuchado o si el gato en la caja está vivo o muerto (ejemplos de reflexiones de cafetería que tanto hemos oído).

Es tiempo de hacer algo con esa leña del árbol caído y de sacar el gato de la caja. ¿Cuántas personas releen el comunicado por el que se pelearon y dividieron una organización?

A pesar de haber ganado las elecciones de 2022, Colombia podría caer nuevamente (o sea, seguirá) en manos de la extrema derecha si las fuerzas progresistas y de izquierda no se unen. Usar jean, hablar políticamente correcto, citar el último libro de moda, declararse de tal o cual minoría no nos va a salvar de la derrota, si eso no tiene un sentido práctico.

Es la receta

Lo explico de otra manera. En el año 2016, trabajábamos en la elaboración colectiva de un libro, que fue de distribución gratuita y masiva, sobre cómo podría participar la sociedad en el (en ese momento) proceso de paz, por empezar, entre el Gobierno y el ELN. Hicimos más de 40 talleres por todo el país oyendo las respuestas a una sola pregunta: “¿cómo cree que pueda y deba participar la sociedad en el proceso?”.

Recuerdo que los más académicos discutían largamente sobre el concepto de participación y su importancia, pero no precisaban nada porque el marco teórico era lo esencial. Decidimos entonces dividir el debate pensando gastronómicamente así: una cosa es el discurso sobre la importancia de las proteínas, por ejemplo; otra cosa es la lista de mercado y una tercera, por la que indagábamos, era la receta de cocina.

Con esa metáfora, las personas de base de las comunidades daban muchos ejemplos, pero los bien-pensantes urbanos se quedaban estancados en la discusión sobre la importancia de las proteínas.

El problema es que el sancocho nacional, al que invitaba Jaime Bateman, se hace revolviendo y no teorizando. Ya veo los comentarios diciendo que esta columna “ataca el pensamiento y la deconstrucción del ser en su redefinición por oposición a la otra-edad” (o alguna crítica similar).

No. Las palabras tienen un límite. Como decía un amigo, no por decir agua muchas veces se calma la sed. Las palabras no “decretan” ni la realidad es fruto solo de ellas. Hay vida más allá del diccionario.

En el paro de 2021, me contaron que la vieja dirigencia social y popular de Facatativá se encerró a discutir si bloquear o no la vía principal. Cuando estaban en la mitad de tan acalorado debate tocaron a la puerta unos muchachos para decir que ya habían bloqueado la vía.

Moraleja: cuando es tiempo de la acción, de poco sirven los discursos. Y moraleja dos: el que no hace los goles ve como otros los hacen. El problema es que no es solo la izquierda joven la que llama a la puerta, sino también la derecha.

Jaime Bateman lo decía de otra manera: “Tenemos que ser eficaces. No podemos olvidar la manera de hacer bien la política (…). Hacer bien la política es como hacer bien un sancocho. Hay que echarle la yuquita, el plátano, la papita. Hay que rebullirlo. Hay que mirarlo. Hay que estar atentos para que no se queme. Hay que echarle ajicito, poner la música, hacerle sombra debajo de un almendro (…). Es que sin almendro y sin música, no hay sancocho que resulte bueno”.

El reto

El problema del abogado de la leyenda urbana sobre el abogado de la Nacional, del debate sobre el lenguaje, de las asambleas de activistas, de los gritos de “toda mi solidaridad” (como si hubiera tres cuartos de solidaridad) y que ahora repetimos hasta la saciedad en las reuniones virtuales y de chats de WhatsApp, es el problema de la cultura política que tenemos.

En Nepal los maoístas negociaron una guerra, ganaron una paz y se alzaron con el Gobierno en unas elecciones, pero habían pospuesto los cambios hasta que no se hiciera una reforma constitucional que ya llevaba 9 años. Lo que más me decepcionó fue oír que ahora (eso fue en 2014) iban a esperar hasta hacer una ley de reordenamiento territorial. Y mientras tanto, la gente, ¿qué?

No es que el derecho sea malo o que la precisión conceptual no sea muy importante, es que oscilamos entre la filosofía jurídica y el santanderismo, entre el folclorismo y el puritanismo, entre la flexibilidad propia y la exigencia de perfección al otro. Luego nos conformamos, diciendo que quedamos de segundos, cual jugador de ajedrez que se consuela a sí mismo.

La ministra Carolina Corcho dijo que tiene 1.700 solicitudes de citas con directores de hospitales hasta gobernadores, pasando por todos los niveles sociales y políticos. Hay cosas que no requieren de la ministra y se puede avanzar en ellas.

Lo digo también como metáfora de que todas las personas quieren hablar directamente con Petro y así no se puede, porque Petro no lo puede todo y porque además deterioramos niveles de toma de decisiones que pueden ser más precisos.

Para que ojalá se me entienda, recomiendo ver la película: “La vida de Brian”, con la que podemos darnos cuenta de que el enemigo del cambio puede tener un pie adentro. Y no hablo de los colados cual caballo de Troya sino en esa lógica que, como decía Camilo Castellanos, hace de la izquierda “Pura, dura y solita”.

Una cosa es tener el Gobierno y otra tener el poder. En otras palabras, esto va para largo. Ni la derecha está derrotada, ni la izquierda se las sabe todas. El problema es la ausencia de recetas.

El Gobierno no necesita solo mostrar y demostrar lo macabro del negocio de las EPS, sino tener una propuesta concreta de cómo desmontarlas. Por eso es muy acertado el nombramiento de Carolina Corcho como ministra, porque ella sabe cómo.

Por lo mismo uno saluda que a algunos ministerios llegue gente como Darío Fajardo, quien es un referente para hablar de las políticas agrarias de este país, Álvaro Leyva quien lleva décadas peleando de verdad por la paz en Colombia o a Susana Muhamad como ministra de medio ambiente; solo por dar unos ejemplos.

Pero no deja de preocupar el riesgo de que a algunos cargos lleguen “abogados de la Nacional” (léase esto como metáfora de lo dicho al comienzo de la columna). Ya no es el momento de discusiones sobre el sexo de los ángeles y la verdad kantiana, es el momento de agarrar el balde y salir a trabajar.

La derecha sí sabe hacerlo, muchos porque no les importa las discusiones de fondo y otros porque no saben quién es Kant; pero la izquierda no puede volver de esta coyuntura un debate semántico. Ya sé que no se trata de un culto al pragmatismo, pero no podemos aplazar ni condenar a los que hagan porque “su pureza no es la esperada”.

Por último, nada está escrito en piedra de lo que será este Gobierno. Pero estoy convencido de que será lo que la gente haga de él. Total, es la dinámica la que dirá si este es un gobierno revolucionario, de transición, progresista o qué cosa. El sancocho no sale del libro, sino de la olla. Fin del comunicado.

PD: Espero que mis amistades egresadas de derecho de la Universidad Nacional no caigan precisamente en ese código purista y se sientas ofendidas por usar una historia, por demás, popular.